Esta descripción forma parte de un relato titulado La araña y bien podría ser la figura de un emblema. En estos se comenta una imagen o figura y se resume la enseñanza en un lema o título como la fascinación mortal de la araña. Todo el relato es un comentario o glosa a esta imagen que ha fascinado al estudiante. Varias personas se han suicidado dentro de esa habitación colgándose del dintel de la ventana, algo tan complicado como poco poético. No eran suicidas vocacionales, algunos estaban en la flor de la edad. ¿Por qué han acabado con su vida? El estudiante está dispuesto a desentrañar la tela de araña. Sin saberlo, este personaje está desenmarañando la vida de su creador: Hans Heinz Ewers.
Hans Heinz Ewers, como su alter ego Richard Bracquemont, era un bon vivant, un gran viajero que fue alternando su carrera de escritor con la de espía, viajero, guionista y, finalmente, hagiógrafo nazi. Aprendiz de libertario o más bien, ácrata de derechas, rechaza la moral burguesa de su época lanzándose a todo tipo de transgresiones y eso, tratándose de un teutón, no es moco de pavo.
En los Estados Unidos, durante la Primera Guerra Mundial, conoce una de sus primeras amistades peligrosas: un tal Stegler. Las autoridades norteamericanas están convencidas de que éste es un espía alemán y acusan al acomodado Ewers de colaborar con él. Aquel, no sin cierto cinismo y humor negro, afirma que le fascinó un personaje tan peligroso, como muchos otros que había frecuentado en su juventud. Un militar alemán corrobora la declaración y abunda en la afición de nuestro escritor por los personajes extravagantes. No es casualidad que firmara sus cartas con el pseudónimo de ovejita carnívora. En cualquier caso el nom de plume, como cualquier nombre, sella su destino: carnívora sí, pero obediente.
Durante años tantea el peligro sin que la bestia le inocule su veneno. En Inglaterra se relaciona con Aleister Crowley, el presidente de la Hermetic Order of Golden Dawn, un mistagogo con pasiones sadomasoquistas que escandaliza a la sociedad de su época y a algunos de sus más ilustres miembros como Arthur Machen. De manera semejante a su creador, el joven Bracquemont juega con una hermosa mujer de cabellos enmarañados, con un vestido negro moteado, que teje en la ventana de enfrente: ambos imitan los mismos movimientos, como si estuvieran frente a un espejo. Es un juego inocente, del que el joven disfruta, y que no trae más consecuencias que la de una diversión desenfadada, casi infantil, a la que el personaje de cuento, con su rueca hogareña, da una impronta no menos ingenua. Ewers, al igual que su personaje, cree en todo momento que controla los delicados hilos de su carrera. La experiencia le ha confirmado que vivir peligrosamente es una forma de promocionarse y de gozar de la vida.
El afán aventurero de Ewers, su pasión por lo esotérico, hacen que éste continúe enredándose en la tela de araña. A través de la Thule Gesellschaft entra en los círculos nazis. Lo de Ewers y los gerifaltes nazis fue amor a primera vista, tal vez porque Himmler y Rosenberg eran apasionados ocultistas. Muchos de ellos, entre ellos el propio Hitler, leían con avidez sus relatos de terror. El nuevo Augusto germano ha encontrado su Virgilio, y Ewers cree que su fama imperecedera irá de la mano de la expansión del Tercer Reich.
El Führer no tarda en hacerle un encargo fatídico: la biografía de un héroe nazi, Horst Wessel. Nuestro escritor sabe que todos los datos son falsos, no obstante, acepta entusiasmado escribir la hagiografía. De este modo el ácrata antiburgués que había pergeñado las semblanzas de Poe, Hoffmann y Baudelaire, se degrada al biografiar al primer mártir de la causa aria.
No tardará en despertar de su error. El protagonista del cuento, al imitar inocentemente los gestos de la mujer-araña, siente una mezcla de temor y pánico. Durante días había pensado que los movimientos de su amada y los suyos eran compartidos y que muchas veces era él quien llevaba la iniciativa. Un día apunta una serie de movimientos en un papel para ejecutarlos con ella. Cuando, al cabo de unos minutos, comprueba los que él había anotado previamente, descubre que no ha ejecutado ninguno de ellos: se ha limitado a imitar servilmente la mímica de ella. Ewers creía que se había desenvuelto libremente con todas sus amistades peligrosas, y de pronto se percata de que sólo ha sido una marioneta en manos de su amado Führer.
Al escribir la hagiografía de Wessel firma su propia sentencia de muerte literaria. Wessel pertenecía a los SA y, tras la noche de los cuchillos largos, toda esa rama del partido cae en desgracia. Esa biografía que le iba a catapultar a la fama le hunde en la miseria más absoluta, cuando el idilio de Ewers y Hitler no había hecho más que empezar. Ewers había escrito unas palabras de entrega absoluta y mortal que son gemelas a las de Bracquemont: "Adolf Hitler no prometía nada. Reclamaba, exigía, imponía pesados deberes a quienes le seguían: les pedía sus economías hasta el último céntimo, todo su trabajo y hasta su sangre”. Irónicamente Ewers había escrito un texto satírico titulado “De cómo once chinos celebraron su noche de bodas comiéndose a la novia”. En el tálamo nupcial la araña Hitler devora a su cronista, y su cadáver exangüe se abisma en el vacío y en la ignominia.
Los hilos envuelven al escritor y, tras la caída de Röhm, sus obras son prohibidas en Alemania. Ewers, tal vez de aburrimiento, muere poco antes de que termine la Segunda Guerra Mundial. Pero aquí no acaba todo. Su via crucis no acaba ni de empezar. Derrotado el Tercer Reich, los alemanes quieren olvidar su pasado y el poeta del régimen es estigmatizado durante generaciones. Ewers, no obstante, resucita de la forma más extraordinaria. Quemados sus libros entre los de miles de judíos por las autoridades nazis, sus obras permanecen digitalizadas en el archivo de Steven Spielberg Ebook Yiddish Librery, en el original y en su traducción al hebreo. Yo arriesgo otra explicación: su fama póstuma es una prolongación de la tela de araña que lo envolvió en vida y después de la muerte; red maldita que cubre al autor de estas líneas y que amenaza con proyectarse a sus lectores y comentaristas.