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miércoles, 6 de febrero de 2019

Baba Kolimá y la carretera de huesos. En torno a diarios de Kolimá.


  Un mujer vieja y con verrugas, conocida como Baba Yaga, vive en una cabaña en medio del bosque. La cerca está hecha de huesos humanos rematados por calaveras. Las puertas son “piernas humanas; los cerrojos, manos y la cerradura, una boca con dientes [...]” Afanasiev. Basilisa, la hermosa.
   La autopista que cruza Kolimá, en Siberia, está empedrada de huesos. “Los muertos yacen a un centenar escaso de centímetros de la superficie del camino [...] A los que reventaban (en la construcción de la carretera) los colocaban boca arriba y los tapaban con la tierra kolimiana de la que está hecha la autopista.” Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek. Pagina 124.


   Baba Yaga es una anciana arrugada con unos dientes de acero. Su debilidad son los niños a los que saborea con fruición. Este personaje popular ruso adopta distintas metamorfosis como deidad generadora de vida y muerte.


   Una de sus caras son los shatunes, osos que cazan a los seres humanos, a los que consideran renos sin cuernos que no saben correr. Un minero de Susumán se detuvo en el camino y “al ver al oso se encerró en el vehículo. El desquiciado animal desgarró la chapa del techo y sacó a su víctima como quien saca carne en conserva de una lata”. Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Página13.
   En ocasiones el hombre es un oso para el hombre y la vieja bruja adopta la figura de un hermano de evasión, como los zeks o presos de los gulags. “Cuando (los zeks) se fugaban de los campos, a veces se llevaban a la taiga a un compañero más débil. Eran fugas con bocadillo, el cual iba a la zaga de aquel que finalmente lo acabaría devorando”. Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.
   Pero sin duda, el rostro más conocido de Baba Yaga fue Yehzov, el enano sangriento. En Auschwitz, Mengele intentó reconstruir el cuento de Blancanieves con los dulces enanitos de un circo. En cambio, Yehzov era una versión de Quilp, el enano de La tienda de antigüedades. Como buen ogro, este lugarteniente de Stalin asusta a los niños con su fotografía en un calendario colgado en el hospicio de su hija. Si Quilp persigue a la pobre Nelly, el recuerdo de Yehzov acosará a su hija, quien vivirá siempre apestada por su filiación con la cosa monstruosa.





   Baba Yaga tiene una pierna normal y otra de hueso, lo que simboliza su deambular entre el mundo de los vivos y los muertos. Los personajes del Diario de Kolimá parecen tener también una extremidad en cada lado. Es el caso de Ivan Ivanovich:

   “Debemos cruzar la otra orilla (del río Aldán) a bordo de una barca y no de un rompehielos [...] Por supuesto, a bordo de nuestra cáscara no hay chalecos salvavidas. Sorteamos las grandes placas de hielo y arrollamos las más pequeñas. Los cascotes golpean los cascotes metálicos con un gran estruendo. Un ruido horripilante [...] En nuestro grupo solo Ivan Ivanovich mantiene la compostura. Dice que no tiene miedo, porque [...] los médicos ya han fijado la fecha de su muerte. La operación tiene pocas posibilidades de aplazarla”. Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek. Páginas 278-279

   Como apunta Hugo Bader:

   “Es preciso tener [...] un corazón o una cabeza gravemente enfermos para vivir aquí (en Kolimá). No tener nada que perder, o ninguna otra salida, para instalarse en este polo de crueldad”. Diarios de Kolimá, página 12.

   En el cuento de Andersen El compañero de viaje, un hombre pelea con un brujo y una princesa diabólicos para salvarle la vida a un joven. Al final del relato descubrimos que aquel es un muerto al que el muchacho ayudó, cuando unos bandidos intentaron profanar sus restos. Los compañeros del periodista, al igual que el personaje Andersiano, son resucitados que viven entre la vida y la muerte. El barquero, trasunto de Caronte, desafía al río en los periodos más peligrosos del invierno como venganza porque este se tragó a su hermano. Lo que nos inclina a pensar que el hielo y las ventiscas no son lo más temible en estos territorios gélidos, sino la voluntad suicida de sus habitantes.
   En los asentamientos abandonados “con las cuencas muertas de sus ventanas rotas”, el silencio lo envuelve todo. Al monumento de una heroína local le han destrozado el ojo de cemento, mientras las estatuas de Berzin y otros verdugos Kolimianos siguen intactas en la Rusia del deshielo. Cualquier revisión histórica es impensable, como señala Hugo Bader con sorpresa:

   “Deberían enseñarlo en los colegios, porque en Kolimá no hay colegio que no esté al lado de un antiguo campo. Allí estuvieron presas y murieron personas inocentes, sus abuelos, y ahora justo detrás de esta tierra quemada del campo cultivan sus pequeños huertos pompeyanos [...]” Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek. Página 229

   Para justificar esta indiferencia, algunos recurrirían a un símbolo del homo sovieticus, la planta pensante, un arbusto que se repliega en el suelo durante las heladas y que no revive hasta la primavera. Pero el deshielo nunca llega a la memoria colectiva postsoviética tras tantos inviernos de autoritarismo y sumisión. Como le dirá un antiguo chequista a nuestro reportero: “Si los rusos condenan su pasado, no les queda nada.” Diarios de Kolimá, pagina 45. Lo que se podría parafrasear así: “si los rusos no se inclinan ante su pasado, por horrible que sea, no les queda nada”.
   Nosotros aventuramos una explicación no tan fatalista: no hablan de su pasado por la reserva y el hermetismo siberianos. Como afirma un personaje del libro: “Puedes vivir con un hombre, pero no por eso tienes que hurgar en su alma.” Diarios de Kolimá,  pagina 200. Este precepto es el que siguen religiosamente los huéspedes de La casa muerta de Dostoyevski:
   
 “Era muy raro que alguno recordase su propia historia, porque esto se consideraba de mal gusto; y si alguna vez, para matar el tiempo, un presidiario contaba su vida a otro compañero, éste le escuchaba con aire distraído, como dando a entender que nada podía decirle que le asombrase.” Memorias de la casa muerta.

   Algo parecido ocurre con los Yakutios, un pueblo siberiano:

  “No les gustan [...] los extraños. Si le cuentan algo a un reportero, será solo lo que ellos quieran, en ningún caso nada de lo que a él le interese o por lo que le pregunte”. Diarios de Kolimá, página 324

   No obstante, hay una situación en la que los rusos se abren a los desconocidos, en los encuentros circunstanciales con los compañeros de viaje:

  “Popútchik es una de mis palabras favoritas en ruso. Significa compañero de viaje, persona con la que te encuentras en el camino. Es aquel con quien recorres el mismo trayecto [...] El popútchik cuenta su vida con toda franqueza, habla de [...] secretos ocultos, pesares, episodios de los que avergonzarse, mezquindades y vilezas que ha cometido. Imposible abrirse así ante alguien cercano, pero por qué no hacerlo ante un desconocido al que no se volverá a ver nunca más [...] Y no tienes miedo. Porque un desconocido no te puede traicionar ni delatar.” Diarios de Kolimá.  Paginas 125-126.  246-247.

   El poputchik es un fantasma al que nunca volverás a ver. De ahí que sea una tumba en la que depositar tus secretos. Sobre todo, si le confiamos nuestra alma, bebiendo vodka. Como dice el refrán polaco: “Quien no bebe, denuncia”. Diarios de Kolimá, paginas 322-323.
   Sin embargo, como se da una continuidad en el tiempo, a veces afloran secretos del pasado:

   La carretera de Kolimá está siempre en movimiento: “se ondula tanto como el mar de Ojotsk cuando sopla un viento fuerte. Todo camino sobre el permafrost tiene que ondularse así. Simplemente, porque la tierra firme que hay debajo se descongela un poco cada año para luego volverse a congelar, así que no se está quieta [...]” Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.  Página 108.

   Al reparar en esta ondulación, uno imaginaría que los fantasmas de los zeks aprisionados remueven el asfalto. Sea como sea, el hielo actúa como un fiel carcelero, recolocando y purificándolo todo, incluso el pasado más turbio. O al menos eso piensan los yakutios, un pueblo siberiano que bebe una extraña agua congelada:

   “Los lédniks son reservas de agua potable en forma de hielo [...] Le pregunto a mi anfitriona de dónde saca el hielo [...] De su pequeño lago, en el que abrevan las vacas, se bañan los caballos y en el que los animales para refrescarse se pasan días enteros sin parar de cagar [...] Yo también bebo el agua y todo el mundo intenta convencerme de que congelada el agua se vuelve limpia”. Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek. Paginas 301-302.

   Algunos escépticos prefieren el agua mineral. Nosotros, en cambio, creemos al descubridor Niurgún, quien nos asegura que la del lago está purificada. ¿Cómo resistirse a la promesa de su artefacto rejuvenecedor y que ensabiece? Porque no dudamos de que por los Diarios de Kolimá y El delirio blanco (1)  circulan los fantasmas rejuvenecidos de la mejor literatura rusa, y que el parecido entre estos últimos y los protagonistas de los reportajes no es mera coincidencia.   

   (1) Jacek Hugo Bader. El delirio blanco. Traducción de Ernesto Rubio y Marta Slyk. Editorial Dioptrías. 2016