El Licenciado Vidriera 1. Los incorruptibles.
Tomás Rodaja es un estudiante que, tras ser víctima
de un hechizo de amor, padece un singular delirio: se cree de vidrio. Esa
creencia lo convierte en un profeta dotado de sabiduría. Como a Tiresias, a
quien los dioses le quitaron la vista para compensarle con la clarividencia; la
singular “locura” de Tomás Rodaja lo vuelve sabio, pero lo aleja de los seres
de carne y hueso.
Simbólicamente
estos Licenciados Vidrieras, como el augur griego, pierden de vista la realidad
humana para ser dotados de su don visionario. Por eso nunca levantan la vista
de su sueño. Dice Taine a propósito de Robespierre: “El jacobino está lleno de respeto por los fantasmas de su mente
racional. A sus ojos, estos son más reales que los seres humanos vivientes.”
Y
es que estos hombres de vidrio, para mantenerse intactos, solo admiten la
pureza más cristalina. El contacto con los otros hombres los corrompe y
los convierte en seres humanos, demasiado humanos y, por tanto, en mortales. De
ahí, la obsesión con el celibato. Robespierre se casará con la diosa Razón;
Hitler, con Alemania; el sacerdote católico, con la Iglesia. Su verdadera
esposa es la Idea
o, mejor dicho, su fe. Con esta realidad inmaterial son iluminados y renacen
como ángeles para dejar de ser mortales. Dice Silesius a propósito de estos
seres inmaculados: “María es un cristal; su hijo, la luz celeste; así la
atraviesa él sin romperla en absoluto.” Mientras estos seres angelicales sean
concebidos por la luz de su fe, seguirán siendo etéreos e inmortales. Por eso
tantos mártires se sacrificarán por esos rayos de luna.
“No
me toques”, parecen decir estos hombres de vidrio. Como diría Papini de
Nietzsche: exaltan la dureza del vidrio para ocultar lo quebradizo de su
naturaleza. Y es que estos visionarios no son de carne y hueso. En ellos la
materia existe, pero es como si no existiera; de aquí nace su intransigencia
con las flaquezas humanas. “La carne es débil”, dirán. Si es débil,
sacrifiquémosla a la Idea
para que se convierta en cristal, en espíritu imperecedero.
Tienen
una forma curiosa de predicar su virtud. Dice Quevedo: los virtuosos pecan con
Dios, no contra Dios. Estos hombres de vidrio pecarán con la Idea, no contra ella.
Mientras perpetren cientos de atrocidades bajo la luz de la Verdad, seguirán siendo
ángeles. Dice Pascal sobre
ellos: “El hombre no es ni ángel ni bestia, y nuestra
desgracia quiere que quien pretende hacer de ángel haga de bestia.”
¿Por
qué el sacrificio de miles de personas? Las generaciones de hombres se suceden,
pero el hombre cristalizado a través de la Idea es inmortal y durará eternamente.
¿Eternamente?
El tiempo es el otro enemigo de los Licenciados Vidrieras. Por eso se
obsesionan por crear un nuevo calendario y rescriben la historia a la luz
deslumbradora del cristal, es decir, de la Verdad.
Hay
un texto celta que ilustra muy bien ese vaciado del tiempo. Se titula el
viaje de Bran. Tras permanecer
varios meses Bran y sus hombres en la isla de las mujeres, sienten
nostalgia de su patria y deciden volver. La reina de las mujeres le advierte a
Bran que no deben pisar tierra irlandesa. Cuando se acercan a la costa, una
muchedumbre en la playa les pregunta a distancia quiénes son. Bran se
identifica, diciéndoles que no hace mucho salieron de Irlanda. La gente no les
reconoce y les cuenta viejas historias de siglos atrás acerca de un Bran que
partió en busca del país de las hadas y nunca más volvió. Uno de los hombres se
lanza al agua y logra llegar a la playa. Sin embargo, en cuanto toca tierra,
envejece bruscamente, como si los siglos transcurridos le hubieran caído
encima, y se desintegra.
Durante
años estos hombres de vidrio navegan en su barco de cristal. Pero tarde o
temprano han de avistar la realidad; y entonces todas las quimeras que han
construido se volatilizan, haciendo trizas al hombre de vidrio.
Desde
ese momento, los gérmenes del tiempo contaminan a estos seres angélicos,
dejando sus miserias a la vista de todos. Entre estos despojos, si miramos a
través del cristal de Robespierre, ¿qué vemos? ¿Qué son esos monstruos, sino
las impurezas del cristal que suben a la superficie para traicionar sus ideales
más sagrados? Dentro de ese mundo de vidrio afloran unos homúnculos, los
monstruos de la razón, de los que hablaremos en otro artículo.
