Según
una teoría, los fantasmas no son los espíritus de personas muertas, sino
proyecciones procedentes de objetos que han absorbido impresiones psíquicas.
Estos serían una especie de grabadora en la que quedarían impresos los
recuerdos de una existencia truncada: voces (psicofonías) e imágenes
(fantasmas) de los seres con los que estos estuvieron vinculados trágicamente.
Machado de Assis en su cuento El espejo defiende una
teoría similar. El ser humano consta de dos almas: interior y exterior. “El alma exterior puede ser un espíritu,
un fluido, un hombre, muchos hombres, un objeto, un acto. Hay ocasiones, por
ejemplo, en que un simple botón de camisa es el alma exterior de una persona...
las dos completan al hombre, que es, metafísicamente hablando, una naranja.
Aquél que pierde una de las dos mitades, pierde naturalmente media existencia;
y hay más de un caso en que la pérdida del alma exterior supone la existencia
entera. Shylock, por ejemplo: el alma exterior de aquel judío eran sus ducados;
perderlos equivalía a morir.”
Lo más curioso
de esta teoría es que esta alma exterior puede variar no sólo en la madurez- el
trompo de la infancia por una jefatura de cofradía- sino en poco tiempo: “Sé de
una señora que cambia de alma exterior cinco o seis veces al año. Durante la
temporada lírica es la ópera; al término de la temporada, el alma exterior se
convierte en otra: un concierto, un baile del Casino, la Calle del Oidor,
Petrópolis...”
En el reinado del Rey Sol, el monarca era el alma exterior de la
corte. El mismo Luis XIV era un reflejo voluble en sus infinitos espejos, entre
los que destacaba la sombra de su suegro Felipe IV. No sé si estos cortesanos
llegaban a los extremos de algunas culturas tradicionales que tosían cuando el
rey tosía, se caían del caballo cuando el rey perdía el equilibrio o incluso se
rompían una pierna si se daba el caso, pero hacían malabarismos con su ingenio,
lo cual no tenía menos mérito.
Ahora bien, entre los Yukun, cuando el rey mostraba los primeros
signos de debilidad- le salían canas- lo asesinaban. Por ello no nos extraña
que al reflejo debilitado del Rey Sol, Luis XVI, le cortaran la cabeza.
¿Dónde radicaba el carisma de Luis XIV? Es todo un
misterio. Fijémonos en el retrato de Rigaud. El atuendo y la apostura del rey no
resisten la comparación con su contemporáneo, Felipe IV. Una figura afeminada
que, para alcanzar la majestuosidad, ¡lleva tacones! Y para colmo, como el
romano Nerón, es el primer bailarín del Reino. Nada que ver con la “grandeur”
hierática de los dioses presidentes franceses.
Pero no despreciemos los vestidos del rey ni su apostura. El
monarca guarda una última carta, incluso en calzoncillos. Los japoneses creen
en los Tsukumogami, los espíritus artefactos. Son objetos cotidianos
que, al cumplir cien años, vuelven a la vida; y si no se les ha tratado con
delicadeza, se tornan muy agresivos. Por ello, sería recomendable que las
prendas reales fueran atendidas con el debido respeto, no sea que el espíritu
del Rey Sol resucite a través de sus tacones fantasmas para vapulear a algún
que otro irreverente.
Eres muy sutil, Huguet, pero no creas que se me pasa por alto que tu asociación de los fantasmas con el rey es un intento de minar el buen nombre de Elvis. ¡Cuidadiiiiiín, que te caneo! Además, eso de "que nadie se ponga tacones, que lo mato" es una versión cutre de "pero no toques mis zapatos de ante azul". Te he pillado, chaval.
ResponderEliminarOye, qué acojono lo de los Tsukomogami, ¿no? A ver si ahora voy a tener la casa llena de fantasmas electrodomésticos que vienen a por mí por haber sido un poco guarrillo.
ResponderEliminarNo corres ningún riesgo, Ricardo, mientras seas un vera imitador del Rey, y lleves el tupé y los tacones como el protocolo elvisiano manda. Tienes todas las papeletas de reinar, si no te das un paseo con tus zapatos de ante azul por los yukun y les muestras tus cabellos blancos. Ahora bien, con una peluca elvisiana ad hoc, hasta este pequeño inconveniente tendría arreglo.
ResponderEliminarSon los utensilios domésticos- paraguas, sombreros, zapatillas- los que son susceptibles de convertirse en fantasmas, amigo anónimo; así que si quieres seguir con la casa guarra lo único que has de temer es a la ley de Murphy y no a estos protocolarios fantasmas nipones, que en el fondo son buena gente, siempre que los trates con el debido respeto y ¡en japonés!
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