16. La doble vida de Wilson.
¿Qué es lo que ha provocado ese brusco y repentino cambio de humor? Lo
ignoramos, Wilson es un hombre muy reservado y no le gusta compartir sus
secretos con desconocidos ni tampoco con amigos. Examinemos su rostro: no revela
nada en absoluto, es un libro cerrado, un enigma herméticamente clausurado. ¿Y
las manos? Temblorosas e hinchadas, parece que de un momento a otro vayan a
estallar. Su cuerpo yace de espaldas en el suelo en apariencia inexpresivo,
muerto. Una almohada le cubre el cuello, apretada entre ambas manos. Está claro
que si queremos descubrir algo, tendremos que actuar por nuestra cuenta.
Registraremos la habitación para buscar algo que nos ponga sobre la pista. Las
persianas están bajadas; pero la luz del sol es tan fuerte, que algunos haces
atraviesan las rendijas y crean una imagen de penumbra. Una ráfaga de luz se
proyecta en la pared enfrentada a la ventana e ilumina un singular recuadro. Si
lo miramos con detenimiento, distinguiremos un extraño dibujo: una ventana
pintada con exquisito trazo y extraordinario realismo. Los postigos están
abiertos y dejan ver una imagen en tres dimensiones. ¡Cualquiera diría que no
es realmente una vista de una de las calles más bulliciosas y concurridas de la
ciudad de Nueva York! ¡Si hasta parece que escucho el infernal ruido del
tráfico y una luminosidad radiante, que emana del cuadro-ventana, hiere mis
ojos! Las calles están nevadas y el frío se transmite a toda la habitación.
¡Aquello parece una nevera! Si nos acercamos una vez más al cuadro-ventana,
podremos leer el título del fresco: ”Wilson
en Nueva York o cuando la ciudad tiembla”. Su silueta se recorta contra
una de las ventanas de un edificio, plasmado en el fresco. El rostro de Wilson
mira horrorizado hacia el escenario de la tragedia: un hombre se despeña desde
la azotea, ante la fría mirada de unos tipos elegantes que están celebrando un
guateque. Junto al cuadro-ventana, trazado con auténtica destreza
hiperrealista, podemos admirar en viñetas gigantes distintos episodios de la
vida de Wilson. La primera viñeta describe una escena inicial de su vida y se
titula: “Tragedia en Halloween”. Continúa con el episodio “Wilson en la
escuela” y, como motivo central, el citado cuadro-ventana. Los episodios
concluyen con una viñeta, que se titula: ”Wilson en el Caribe”. En este
recuadro aparece un retrato de nuestro amigo: un hombre enjuto, de apariencia
anodina, vestido como un vulgar oficinista (un traje de chaqueta barato, color
gris y una corbata oscura). Pero lo más destacado del cuadro, sin duda, es el
semblante de nuestro protagonista: la cabeza pequeña, calva aunque con
ladillos, enmarca un rostro que desentona con la contextura del cráneo, al ser
este rostro desproporcionadamente ancho. Los pómulos chupados tampoco guardan
ninguna armonía con los grandes ojos azules, saltones. La nariz pequeñísima
apenas se dibuja en el rostro, dándole una expresión desencajada. ¿Y las manos?
Las manos, gordas e hinchadas, nos conducen directamente a los ojos que las
miran desconcertados. En ellos un observador atento podrá leer un sentimiento
de temor e inquietud. Un interrogante apenas visible cruza todo el cuadro y
subraya ese desasosiego que respira todo el fresco.
En
la pared contigua, que forma ángulo recto con la anterior, asistimos a nuevas
manifestaciones del talento artístico de Wilson. Varias figuras escultóricas
forman un peculiarísimo bajorrelieve: los personajes surgen como por encanto a
través de la pared, mostrando medio cuerpo, como si la otra parte se encontrara al otro lado del tabique. En las formas
escultóricas alternan tanto el caucho como la madera. Las figuras articuladas
se mueven gracias a un sofisticado sistema de cuerdas y poleas. Ricos y lujosos
vestidos cubren las esculturas. Nuestro primer personaje es un mendigo,
ataviado con harapos. Extiende la mano, exquisitamente moldeada, en petición de
una limosna. Una vez se ha depositado la moneda en la palma de su mano, ésta se
cierra con violencia. Si alguien comete
la imprudencia de tocar la mano cuando el puño está cerrado, se encontrará con
la desagradable sorpresa de tocar algo viscoso y al mismo tiempo duro -no en
balde la mano está hecha de huesos, caucho y silicona-. Junto al mendigo
contrasta la personalidad de una escultura vestida con distinción. Se trata de
un multimillonario, cuyos esfuerzos por acercarse a su desafortunado compañero
resultan del todo infructuosos. Lo más que acierta es a levantar su sombrero de
copa en actitud respetuosa -¿un saludo?-. No falta un sólo detalle que no
corrobore su calidad de multimillonario: si registramos sus bolsillos
encontraremos varios fajos de billetes que suman la bonita cantidad de un
millón de dólares, y auténticos puros habanos. Con envidia y desconfianza, mira
al multimillonario un personaje mal vestido con el torso semidesnudo, cubierto
por una camiseta mugrienta. Con una de las manos sujeta un naipe; y si
registramos los bolsillos, hallaremos una baraja y varias fichas de la ruleta.
Tal vez para moderar la perniciosa presencia del tahúr, aparece la venerable
figura de un predicador que, en actitud digna, parece amonestar a su vecino.
Mientras con una de sus manos sujeta una cruz en ademán condenatorio, la otra
se apoya confiadamente en un libro que guarda en un bolsillo de su levita: la Biblia. Varias
sogas pegadas a la pared separaban a estas figuras de una nueva serie de
esculturas que tiene como título: ”De la muerte y sus aledaños”. Inaugura la
serie un personaje ricamente vestido, aunque el crispamiento de su rostro y la
postura de sus brazos denotan desesperación. En uno de los bolsillos: un
frasquito de cianuro ¿Qué le ha movido al suicidio? La respuesta en el otro
bolsillo: unas cartas de amor desesperadas. La causa de su desesperación no
parece encontrarse muy lejos: una de las manos del suicida intenta sobar un
culo embutido en unos pantalones rojos, ajustadísimos. La mano de la prostituta
lo detiene, mientras el otro brazo femenino intenta desasirse de la presión de
una mano musculosa, enjaezada con varios anillos llamativos, perteneciente a un
personaje malencarado que se declara su “protector”. La otra mano del chulo se
posa sobre una teta que irrumpe explosiva, huyendo de las apreturas del corsé
negro. En la escena están cuidados hasta los más nimios detalles: el traje a
rayas del chulo, el pañuelo rojo y el sombrero negro; los bolsillos de la
chaqueta, atestados de dinero mugriento; el rictus de desprecio que se le ha
quedado paralizado en el rostro del indeseable, y la expresión de pánico en la
prostituta, que intenta liberarse sin
éxito de las garras de su protector.
¡Qué bueno su regreso!
ResponderEliminarGracias, amigo anónimo.
ResponderEliminarEste señor Téckel es un fantasma como yo, que aperece luego y se va para largo, pero a uno le gustaría leerlo de corrido.
ResponderEliminar¿Se ha borrado o qué? malditos fantasmas!
ResponderEliminarDecía que a ver si lo publica de corrido, xfa.
ResponderEliminarPerdona el retraso, Fran, pero esta semana he ido muy liado. Tienes razón, es mucho mejor leerla de corrido. Por eso, pienso colgarla en breve en la página web para que la puedan descargar los lectores.
ResponderEliminar¿En breve? ¿Qué entiende usted por "breve"? Lo mismo que yo no, eso seguro.
ResponderEliminarDisculpa, amigo anónimo, por la tardanza. El Señor Teckel ya está colgado en internet y te lo puedes descargar del servidor.
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