En el cuento
de Hoffmann El hombre de arena, el protagonista identifica a Coppelius
con un personaje mítico que arranca los ojos a los niños. Años más tarde, este
se reencuentra con su pesadilla, solo que ahora, cuando teme perder la visión,
el monstruo le ofrece unas inofensivas gafas. En la obra del mismo autor La
ventana del primo, el protagonista, postrado en una cama, es capaz de ver
escenas surrealistas a través de un catalejo que le revela los pensamientos
íntimos de los observados. En mi novela Oxforbridge, el doctor Tuhmahul
es “un oculista de prestigio que no operaba sino que obraba milagros, por eso
lo llamaban el Doctor Maravillas”. ¿Cómo lo hacía? Operándolos, de este modo
cambiaba su concepción del mundo. Tal vez Coppelius no arrancaba los ojos, pero
inducía a unos delirios que te llevaban a la ruina. Los admiradores del doctor
Tuhmahul, en cambio, no llegarán a esos extremos. Simplemente se convertirán en
partidarios de un sistema educativo, inspirado en el Código de Hammurabi.
En las Bildungsroman, la vida nos proporcionaba un molde para el aprendizaje. Cualquier
acontecimiento de nuestra existencia, por nimio que fuera, formaba parte de un
elaborado currículo educativo. El resultado: la estatua viva del olímpico Goethe.
En la actualidad, el mortal común ha de ser un pequeño Goethe que, a través de
interminables cursos de reciclaje, se vaya metamorfoseando con el paso de los
años. En Oxforbridge se acorta este tiempo de aprendizaje gracias a un magnetizador que,
con el trance hipnótico, permite ampliar el estudio en las horas de sueño, ya
que la vigilia no basta para nuestro vasto plan de estudios:
“Entra un tipo
con unos ojos abisales, el doctor Tuhmahul, quien nos va a hacer una
demostración de los principios de sugestoidiopedia que se aplican
en Oxforbridge. Junto al mago, un muchacho bien vestido. Este se sienta en una
silla y observa en las paredes unas imágenes secuenciales. De pronto se
entenebrece la habitación y suena una música relajante. Los focos iluminan la
mirada aguda del doctor, quien, antes de actuar, contempla su entrecejo en un
espejo para recargar su energía magnética. Acto seguido, mira fijamente a los
ojos del alumno y, gracias a su voz profunda, secundada por la música y la
penumbra, el joven entra en trance hipnótico. Entonces el maestro le pone unos
auriculares en los oídos, con los que este estudia mientras duerme un curso
intensivo de japonés, y ya va por el nivel veintisiete, todo ello haciendo
horas extras por las noches. En las paredes, imágenes de samurais sobre las
distintas unidades didácticas y, de fondo, una canción japonesa tradicional
acerca de los mismos temas. Cuando el alumno despierta, habla con desenvoltura
el idioma y además, como está incluido en el lote, domina a la perfección el
Kárate y el Kung Fu. Un oriental del público se pone a hablar con él y a
practicar artes marciales, y exclama: “habla con la misma soltura que un
tokiota y domina las técnicas de un samurai”. Gloria (la pedagoga) explica las
ventajas de este sistema de aprendizaje. La jornada laboral se podría prolongar
las horas de sueño, aportando por las noches un sueldo extra a muchas familias.
Además, miles de problemas irresolubles en las horas de vigilia se llegarían a
aclarar con la ayuda de las ondas alfa del cerebro, del que despiertos solo
utilizamos un diez por ciento.
El público
aplaude con entusiasmo la demostración de sugestoidiopedia. Al poco entra otro profesor. Este es tan
silencioso y reservado como un cartujo y, como Jano, muestra dos rostros: uno
que mira a su público y otro, al vacío. Cinco alumnos aguardan sus clases,
mientras su mirada se pierde en el infinito. Tras un rato de espera, les suelta
tres o cuatro frases pausadas y vuelve a su mutismo. ¿Está profundizando en los
misterios del cero, cero, cero? No
explica nada más y guarda su silencio como un valioso tesoro para que sus
alumnos descubran la verdad por sí mismos. El origen del término alumno
en latín es “sin luz”: el que está a oscuras y debe ser iluminado por el
maestro. Ya es hora de que los “alumnos” se alumbren a sí mismos y no tomen una
luz prestada. Es esta una variante del
método socrático que puede conllevar secuelas extraordinarias. Con este
procedimiento revolucionario los enfermos de corazón no necesitarían cirujano,
porque aprenderían a aprender a operarse a sí mismos, lo que supondría un
ahorro notable a la Sanidad Pública.” Joaquín Huguet. Oxforbridge.
Teatro de las maravillas.
¿Es posible el autoaprendizaje? Con el talismán apropiado no hay nada
imposible. Circulan libros milagro: Aprenda inglés
en una semana; Piense y hágase rico: Enriquecimiento
rápido a través del pensamiento positivo. Siguiendo esta tradición, en Oxforbridge, al
averiguar el antepasado transmigratorio del alumno, recuperaremos el alma de
los antiguos genios que se han perdido en las sucesivas y caóticas ruedas de la
reencarnación:
“Oxforbridge era un centro famoso
por cultivar a genios amnésicos. Este santuario del saber hacía fluir
por las venas del alumnado el espíritu de los sabios de antaño, porque habían
sido bendecidos con ciencia caída del cielo. Estas palabras no eran una
metáfora sino un estado de gracia en el que el poder de la atracción jugaba un
papel determinante. El monumento de la entrada ilustraba este milagro fundador:
Newton era abatido por una manzana junto a Luminoso, quien, tras estrellársele
un ladrillo en el cráneo, lograba descifrar el lenguaje de las estrellas y
construía todo un zooinstituto con esa primera piedra filosofal. Entre los
dos prohombres, la figura mediadora de
san Molondrón ejercía su autoridad con su enorme testa. El firmamento les había
proporcionado dos revelaciones. Al primero, la teoría de la gravedad; al
segundo, el horizonte infinito de la sapiencia transmigratoria.
En este centro
estudiaban grandes figuras que habían olvidado su sabiduría al alunizar
accidentalmente en un cuerpo ajeno a través de sus confusos viajes astrales.
Bastaba con descubrir el genio de la antigüedad dormido en su cerebro para que
estos desmemoriados, fieles reencarnaciones de Galeno, Platón o Einstein,
recuperaran gracias a la aceleración trance–hipnótica las experiencias de sus
vidas anteriores y con unos meses en órbita se graduaran como lumbreras.” Joaquín Huguet. Oxforbridge.
Teatro de las maravillas.

No obstante,
Ricardo Signes, en su novela Zapatos de ante azul, se muestra escéptico
con estos conocimientos trasmigratorios y nos sugiere una exégesis del
renacimiento que sorprendería al autor de La metamorfosis. En ella se
combinan las reencarnaciones en un mismo plano y las vidas paralelas:
“-
[...] ¿qué sentido tiene que un tío que ha estado toda su vida fastidiando,
cuando muera se reencarne en cucaracha? ¿Dónde está la lección? Si por lo menos
se diera cuenta de que su existencia es una mierda ganada a pulso por lo
hijoputa que ha sido en su vida anterior... Además, ¿cómo debe portarse una
cucaracha para promocionar en su próxima reencarnación? He estado pensando en
esto y así no le veo ningún sentido. Por mucha reencarnación que haya, la vida
es el mismo derroche. Lo único que se me ocurre es que exista una
conciencia que nos recuerde quién fuimos. Pero, ¿dónde está esa
conciencia?
-Eso,
¿dónde?
-No lo sé,
pero para mí que la frustración puede ser una pista, algo así como una
ventana por donde podemos vislumbrarla. Por ejemplo, Doli desea un cuerpo de
mujer, ¿no? Pues eso puede significar que antes, en otra vida, ha sido mujer, y
como quiere serlo otra vez, se puede decir que su actual reencarnación es un
paso atrás en su camino. Pero esto es hablar por hablar, porque sólo uno podría
intuir sus propias reencarnaciones, aunque en algunos casos no parece difícil
reconocer transmigraciones negativas, en tipos como Baltasar o Bolos, por
ejemplo.
-Vale,
pues si tomamos la trasmigración desde el final, podemos interpretar
todas las reencarnaciones de todas las personas, es decir, todas las
vidas vividas y por vivir como diversas manifestaciones de lo mismo que, a la
larga, conducen a lo mismo. Es por eso que, visto así, el tiempo no importa
mucho, y uno podría reencarnarse tanto hacia adelante como hacia atrás, e
incluso coincidir con una reencarnación anterior o posterior, no sé si me
explico.
-Perfectamente.
-Por
eso decía que Bolos o Baltasar pueden ser la misma persona.
-¡Ya!
Y por eso mismo podría ser él también una
reencarnación de Elvis. O a lo mejor es incluso al revés, que Elvis es una
reencarnación suya.
-Sí,
claro, eso si dejamos de lado el pequeño detalle de cuando Elvis murió yo tenía
diecisiete años.
-Ya
he dicho que el tiempo es reversible y que puede haber caminos paralelos que
harían posible esas coincidencias.” Ricardo Signes. Zapatos de ante azul.
Huguet, le agradezco la cita, especialmente por haberla situado en tan buena compañía. Lo único que le reprocho es que no advierta a sus lectores de que su novela "Oxforbridge" puede atentar contra la higiene mental de quien con ella se atreva: es hipnótica, nociva y adictiva. Y usted lo sabe y se lo calla. Malvado Huguet!
ResponderEliminarUsted, Signes, si que entiende de adicciones. Estas palabras, viniendo de un magnetizador, son especialmente hipnóticas. Al leerlas empiezo a ver borroso y mis ojos se están poniendo bizcos.
ResponderEliminarQué bien que vuelva a escribir. Me encanta su humor.Felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias, Fran. Me alegro de que le guste.
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