EN ESTA PÁGINA ENCONTRARÁS INFORMACIÓN SOBRE DOS NOVELAS DE MISTERIO: SOMBRAS DE CRISTAL Y EL SEÑOR TECKEL

martes, 25 de mayo de 2010

La araña: la trama secreta de un escritor nazi


Un joven artista llamado Richard Bracquemont observa desde su habitación cómo una araña corteja a otra. La araña macho imita los movimientos de la hembra en un extraño baile en el que se mezcla la fascinación, el amor y el miedo. De hecho, el macho se acerca cauteloso como tan pronto se aleja corriendo. Tras varios minutos de acercamientos y rechazos, el macho se queda observando a la hembra y huye atemorizado, cae en el dintel de la ventana y allí lo acorrala la araña hembra. Esta le sorbe las entrañas y deja caer su cadáver reseco al vacío.
Esta descripción forma parte de un relato titulado La araña y bien podría ser la figura de un emblema. En estos se comenta una imagen o figura y se resume la enseñanza en un lema o título como la fascinación mortal de la araña. Todo el relato es un comentario o glosa a esta imagen que ha fascinado al estudiante. Varias personas se han suicidado dentro de esa habitación colgándose del dintel de la ventana, algo tan complicado como poco poético. No eran suicidas vocacionales, algunos estaban en la flor de la edad. ¿Por qué han acabado con su vida? El estudiante está dispuesto a desentrañar la tela de araña. Sin saberlo, este personaje está desenmarañando la vida de su creador: Hans Heinz Ewers.
Hans Heinz Ewers, como su alter ego Richard Bracquemont, era un bon vivant, un gran viajero que fue alternando su carrera de escritor con la de espía, viajero, guionista y, finalmente, hagiógrafo nazi. Aprendiz de libertario o más bien, ácrata de derechas, rechaza la moral burguesa de su época lanzándose a todo tipo de transgresiones y eso, tratándose de un teutón, no es moco de pavo.
En los Estados Unidos, durante la Primera Guerra Mundial, conoce una de sus primeras amistades peligrosas: un tal Stegler. Las autoridades norteamericanas están convencidas de que éste es un espía alemán y acusan al acomodado Ewers de colaborar con él. Aquel, no sin cierto cinismo y humor negro, afirma que le fascinó un personaje tan peligroso, como muchos otros que había frecuentado en su juventud. Un militar alemán corrobora la declaración y abunda en la afición de nuestro escritor por los personajes extravagantes. No es casualidad que firmara sus cartas con el pseudónimo de ovejita carnívora. En cualquier caso el nom de plume, como cualquier nombre, sella su destino: carnívora sí, pero obediente.
Durante años tantea el peligro sin que la bestia le inocule su veneno. En Inglaterra se relaciona con Aleister Crowley, el presidente de la Hermetic Order of Golden Dawn, un mistagogo con pasiones sadomasoquistas que escandaliza a la sociedad de su época y a algunos de sus más ilustres miembros como Arthur Machen. De manera semejante a su creador, el joven Bracquemont juega con una hermosa mujer de cabellos enmarañados, con un vestido negro moteado, que teje en la ventana de enfrente: ambos imitan los mismos movimientos, como si estuvieran frente a un espejo. Es un juego inocente, del que el joven disfruta, y que no trae más consecuencias que la de una diversión desenfadada, casi infantil, a la que el personaje de cuento, con su rueca hogareña, da una impronta no menos ingenua. Ewers, al igual que su personaje, cree en todo momento que controla los delicados hilos de su carrera. La experiencia le ha confirmado que vivir peligrosamente es una forma de promocionarse y de gozar de la vida.
El afán aventurero de Ewers, su pasión por lo esotérico, hacen que éste continúe enredándose en la tela de araña. A través de la Thule Gesellschaft entra en los círculos nazis. Lo de Ewers y los gerifaltes nazis fue amor a primera vista, tal vez porque Himmler y Rosenberg eran apasionados ocultistas. Muchos de ellos, entre ellos el propio Hitler, leían con avidez sus relatos de terror. El nuevo Augusto germano ha encontrado su Virgilio, y Ewers cree que su fama imperecedera irá de la mano de la expansión del Tercer Reich.
El Führer no tarda en hacerle un encargo fatídico: la biografía de un héroe nazi, Horst Wessel. Nuestro escritor sabe que todos los datos son falsos, no obstante, acepta entusiasmado escribir la hagiografía. De este modo el ácrata antiburgués que había pergeñado las semblanzas de Poe, Hoffmann y Baudelaire, se degrada al biografiar al primer mártir de la causa aria.
No tardará en despertar de su error. El protagonista del cuento, al imitar inocentemente los gestos de la mujer-araña, siente una mezcla de temor y pánico. Durante días había pensado que los movimientos de su amada y los suyos eran compartidos y que muchas veces era él quien llevaba la iniciativa. Un día apunta una serie de movimientos en un papel para ejecutarlos con ella. Cuando, al cabo de unos minutos, comprueba los que él había anotado previamente, descubre que no ha ejecutado ninguno de ellos: se ha limitado a imitar servilmente la mímica de ella. Ewers creía que se había desenvuelto libremente con todas sus amistades peligrosas, y de pronto se percata de que sólo ha sido una marioneta en manos de su amado Führer.
Al escribir la hagiografía de Wessel firma su propia sentencia de muerte literaria. Wessel pertenecía a los SA y, tras la noche de los cuchillos largos, toda esa rama del partido cae en desgracia. Esa biografía que le iba a catapultar a la fama le hunde en la miseria más absoluta, cuando el idilio de Ewers y Hitler no había hecho más que empezar. Ewers había escrito unas palabras de entrega absoluta y mortal que son gemelas a las de Bracquemont: "Adolf Hitler no prometía nada. Reclamaba, exigía, imponía pesados deberes a quienes le seguían: les pedía sus economías hasta el último céntimo, todo su trabajo y hasta su sangre”. Irónicamente Ewers había escrito un texto satírico titulado “De cómo once chinos celebraron su noche de bodas comiéndose a la novia”. En el tálamo nupcial la araña Hitler devora a su cronista, y su cadáver exangüe se abisma en el vacío y en la ignominia.
Los hilos envuelven al escritor y, tras la caída de Röhm, sus obras son prohibidas en Alemania. Ewers, tal vez de aburrimiento, muere poco antes de que termine la Segunda Guerra Mundial. Pero aquí no acaba todo. Su via crucis no acaba ni de empezar. Derrotado el Tercer Reich, los alemanes quieren olvidar su pasado y el poeta del régimen es estigmatizado durante generaciones. Ewers, no obstante, resucita de la forma más extraordinaria. Quemados sus libros entre los de miles de judíos por las autoridades nazis, sus obras permanecen digitalizadas en el archivo de Steven Spielberg Ebook Yiddish Librery, en el original y en su traducción al hebreo. Yo arriesgo otra explicación: su fama póstuma es una prolongación de la tela de araña que lo envolvió en vida y después de la muerte; red maldita que cubre al autor de estas líneas y que amenaza con proyectarse a sus lectores y comentaristas.

martes, 18 de mayo de 2010

La Revolución de Piquillo

Una mujer con barbilla de pico y nariz de cerrojo. Una verruga le cuelga de la mejilla reseca; los labios metidos para dentro, chupados; la boca, que no cesa de mascar saliva, es el hogar de unos dientes náufragos. Unos ojillos asoman semiclandestinos y se abisman en los secretos de la eternidad. La espalda concorvada y los brazos se contraen a un tiempo dentro de su envoltura negra. La vieja se apuesta junto a la iglesia y recibe las ofrendas generosas de los buenos ciudadanos, prestos a calmar su mala conciencia tras acudir a misa.
Unos años más tarde, casi un siglo, las iglesias están vacías y los escasos feligreses miran a la vieja con asco, casi con vergüenza. Ha sido durante siglos una mujer respetada, elevada a los altares por la Iglesia Católica, casi al mismo nivel que la virgen María. La anciana, no obstante, es consciente de los vaivenes de los tiempos, quizás porque se sabe inmortal. Es cuestión de forma más que de contenido.
Un cirujano le hace la cirugía estética: le recompone los miembros descoyuntados y la rejuvenece. La imagen recatada, de negro riguroso, es sustituida por unos vaqueros deshilachados y una camiseta ajustada. Donde antes se ocultaban unos pechos marchitos, ahora se exhiben sin pudor unos senos turgentes. El rictus severo de los labios es abandonado por una sonrisa alegre y casi sensual, y la cabeza tocada luce una melena suelta, digna de los cuadros de Boticcelli. La imagen saturnal, casi infernal de los tiempos marchitos, se ha transformado en la consagración de la primavera.
Cualquiera diría que ambas son abuela y nieta. Pero, no, son la misma persona. La vieja Caridad, que tanto sermoneó a los viejos burgueses, ha dado paso a una joven atractiva que no impone sus viejos estribillos morales sino que seduce por sus encantos personales. La anciana iba tapada hasta las cejas, la joven adolescente no dudará en desnudarse o en correr una maratón por una buena causa.
La vieja Caridad cristiana ha reaparecido y, como tiene mala prensa, se ha mudado en Solidaridad, una joven agraciada. Forma parte de un fenómeno posmoderno: La revolución de las palabras. Muchos de nuestros contemporáneos han descubierto que es más fácil cambiar el lenguaje que la sociedad. Vestimos una realidad muy fea con sus mejores galas y hacemos de una prostituta una gran señora. ¿Qué ha sido de las grandes consignas revolucionarias? Se han incorporado a este nuevo mundo. Los revolucionarios decimonónicos le declararon la guerra a los burgueses; el ciudadano solidario, no menos aguerrido, le hace la guerra a los kilos y a la polución. Nada de apuntar nombres y apellidos. Eso ya no se lleva. Para eso están las cuotas de responsabilidad y las entidades impersonales como la Banca y las Multinacionales. Algo que viene muy bien para no herir susceptibilidades.
¿Hemos renunciado a cambiar el mundo? Hemos encontrado un procedimiento más económico. Sin duda, somos tan perezosos que ya no utilizamos palabras sino prefijos vinculados al campo semántico de la diversidad. Nos encantan- y nos seducen con su sola presencia- las plurigilipolleces y las multimemeces así como toda la rica e interminable diversidad de sandeces. Esas plurimultimemeces se utilizan en cientos de ámbitos de uso: académico, periodístico... Otros prefijos no menos sugerentes son bio y eco. ¿Se acuerdan de las ecotasas? Pongamos un eco delante de todos los impuestos y el ciudadano no rechistará: Ecoiva, Ecoimpuesto sobre la Renta... Multi, pluri, bio, eco son portadores de gran riqueza semántica. No recuerdo dónde pero uno de estos lumbreras proponía la sustitución de la palabra Universidad, demasiada autoritaria y falta de pluralidad, por la de Unidiversidad. No sé, no sé, aún quedarían residuos de falta de pluralidad en el prefijo uni. Tal vez si añadiera la pluriunidiversidad la cosa tendría arreglo. Otra posibilidad es matizar algunas palabras conocidas con un adjetivo que las ponga en su sitio. La palabra discriminación es una palabra muy fea; sin embargo, si le añadimos el epíteto positiva, ya queda muy bien vestida para toda sazón y la podemos presentar a las mejores familias; lo que no transigimos es con la discriminación negativa, eso sí que no; aunque algún aguafiestas nos diga que en el enunciado era la noche oscura y, sin embargo, era negra, hay alguna que otra contradicción y redundancia. Algunos de nosotros nos sentimos irritados ante la infame corte de los milagros que asalta a diario nuestro país. Les propongo una solución: si le pegáramos un tortazo al infame sin que viniera a cuento, se trataría de un ejercicio gratuito de violencia; en cambio, si es una hostia preventiva, la cosa cambia. Hay que tener bien cuidado que si se está hablando entre gente fina-léase la ONU- lo que tocaría sería decir Hostias de Disuasión Estratégica y cuidar que los afectados sufran escasamente daños colaterales. Con lo que la sangre y violencia han quedado relegados al olvido de los tiempos ancestrales y todos contentos.
Algunos de ustedes pensarán que esta Revolución de Piquillo significa claudicar ante las reivindicaciones sociales, sin embargo, intuyo que detrás de este maquillaje verbal hay algo más. ¿Por qué nos gustan tanto los hermosos discursos? Porque creemos que las palabras verdaderamente obran milagros. ¿Se acuerdan del podemos de Obama? Confiamos en que un conjuro apropiado puede cambiar el mundo. Quizás haya parte de razón en esta creencia popular; no obstante, mientras dilucidamos este misterio, nuestra adolescente está buscando un nuevo cirujano, porque le han salido unas arrugas antiestéticas y se le ha dislocado un músculo al correr una maratón solidaria.

lunes, 10 de mayo de 2010

Esto no es un suicida

Un tipo sube a lo alto de una azotea de Nueva York. Le han despedido del trabajo y su esposa lo ha abandonado por un chupatintas que gana mil dólares anuales más que él. ¡Si al menos le hubiera dejado por un multimillonario! ¡Pero, no! Apenas una miseria es lo que separa a este ciudadano anónimo de la vida y la muerte. Al menos Nueva York ofrece a los ciudadanos un último recurso para redimirse de una vida fracasada: unas vistas espectaculares, el complemento ideal para saltar no a la Spiderman o King Kong sino a lo MacDonalds, que en eso es lo queda convertido el suicida vocacional, en un amasijo de carne y sangre, un espectáculo gore que gusta mucho en las películas de zombies, y que al alcalde Bloomberg no le deja dormir porque le cuesta un pastón a los contribuyentes. Amén de los estropicios, hay que contar con la parada de tráfico, con los miles de curiosos que cesan sus quehaceres habituales – con las consiguientes pérdidas en las empresas supercompetitivas-, y el costosísimo despliegue de bomberos y policía; con los vecinos que importunan a las telefonistas y, lo que es peor, la bajada de audiencia en la televisión por un público que prefiere un espectáculo en vivo a los cada vez menos imaginativos shows televisivos. Probablemente estos espectáculos espontáneos son los únicos que compiten con las telecomunicaciones. Los viandantes dejan de jugar con sus móviles y sus Ipod, se olvidan de internet para mirar el más difícil todavía: el baile de la muerte. No es extraño, las ejecuciones públicas siempre han gozado de gran popularidad. ¡Lástima que algunos aguafiestas las hayan suprimido! Sólo lo combates de gladiadores conseguirían más audiencia.Nuestro ciudadano anónimo sabe todo esto y parece no importarle. Es un individualista sin escrúpulos que no tiene reparos en cargar sus problemas a los gastos del contribuyente. Respira hondo y escucha el ruido ensordecedor de la ciudad. Sí, por última vez. Luego... la fama póstuma.Pero, ¿qué ocurre? ¡Un tipo se le ha adelantado! Éste mira al vacío con indiferencia y guarda la estabilidad milagrosamente sin despeñarse en caída libre. ¡Qué fastidio! ¿Cómo consigue mantener el equilibrio durante tanto tiempo? Desafía al frío, al viento, al propio miedo que nos hace trastabillar y nos invita a dar la vuelta. Sin duda, un valiente.Pasan los minutos y aquel prosigue en su misma posición. ¡Esto es el colmo! Vale con que aquel tipo le quitara un poco de protagonismo... ¿Va a saltar o qué? No, no quedan bien dos tipos tirándose a la vez. Aquello en vez de un suicidio parecería un salto a la piscina. No hay más remedio, habrá que esperar el turno. Transcurren los minutos y nuestro equilibrista no se decide. Finalmente, cansado de esperar, nuestro hombre se acerca al impertinente y le toca en el hombro. Aquel ni se mueve. Está helado. En medio de la niebla, le ha parecido especialmente rígido. ¿Es la rigidez que preside la muerte? Lo vuelve a tocar y se da cuenta de la burla. ¡El suicida es una estatua de bronce! ¿Es una broma? ¿Quién tendría el mal gusto de colocar una falsificación de suicida en lo alto de una azotea? ¿Quién? ¡Bloomberg!
Siempre lo mismo. Todas sus desgracias nacen de la desinformación. Si debajo de la estatua del suicida el desaprensivo alcalde hubiera escrito esto no es un suicida, habría facilitado las cosas. Esa falta de información es la que ha motivado su despido en la Tate Gallery. Mientras limpiaba el museo ha tirado una bandeja con varias tazas, restos de café y colillas, ignorando que estaba destruyendo una obra de arte. Si hubieran puesto debajo de la bandeja: esto es una obra de arte, no se encontraría en una situación tan desesperada. ¿Cómo no se iba a confundir si había trabajado en el Museo Británico en el que se despachaban obras de arte anacrónicas y convencionales? Todavía hay esperanza. La víctima del expolio artístico, emocionada, dice que se ha cumplido el destino de su performance, que premonitoriamente se titulaba obra de arte autodestructiva e intercede por él. Le dice que buscará un hueco para clonarla. ¡Qué gran generosidad la de nuestro artista! ¿Se imaginan que Miguel Ángel se tomara con tanta resignación volver a esculpir la Piedad o el Moisés? Este gesto honra a nuestro escultor. No obstante, no basta para que nuestro hombre conserve su empleo.
Las circunstancias adversas van moldeando su mente según los nuevos patrones ultraposmodernos. Lo de la estatua suicida es una bola de nieve. Piensa en un mundo repleto de estatuas. Imagina una réplica de un policía, tan idéntica al original, tan implacable al tiempo, que disuada a los terroristas de cometer atentados, a los asesinos de atacar a sus víctimas y a los carteristas de robar a los incautos. ¿No dirige un policía marioneta el tráfico de Viena? Eso no cuela entre los neoyorquinos. Los norteamericanos demandarían un policía en tres dimensiones, algo así como los soldados de terracota chinos.
¿Cuáles serían las consecuencias? Una promesa de inmortalidad y un abaratamiento de los costes. Las estatuas, en lo alto de la azotea, están ahí para suicidarse por nosotros; y las réplicas de los policías, para crear un mundo más seguro con grilletes de mármol. ¿Se imaginan que los delincuentes también fueran de piedra? De este modo las cárceles estarían ocupadas por dobles y bastarían un par de policías para vigilar a miles de internos.
Nuestro hombre comienza a asimilar las sutilezas del arte ultraposmoderno y se compra una almohada en forma de cuerpo, conocida como dakimakura. Se une de esta forma a la legión de Oriental Lovers que le hacen la corte a sus “cojines”. Dakimakura, como una geisha sumisa, le hace compañía en todo momento. El suicida frustrado pasea con su novia-almohada por todas partes, luciéndola como quien exhibe un trofeo, y la invita a cenar a un restaurante de lujo, exigiéndole al camarero que le traiga un plato a su prometida. Pasan los meses y, una mañana, comprende que están hechos el uno para el otro. Le hace una declaración de amor y miles de personas contienen el aliento, cuando la novia-almohada pronuncia el anhelado sí quiero en un Reality Show.
Mientras tanto, en el otro extremo de mundo, en la Tate Gallery, el servicio de limpieza no tira ni una colilla a la basura por si las moscas y, cuando una mujer se despeña en una grieta artística que ha brotado del suelo, no la atienden pensando que se trata de una puesta en escena. Su marido, un iconoclasta sin escrúpulos, clamará venganza contra esta creación multicultural.
Unos días mas tarde, la obra de arte autodestructiva amplia su radio de acción y se convierte en el Museo de Arte Autodestructivo. En plena luna de miel, nuestro hombre se enterará de que el patrimonio artístico de la galería ha perecido en un pavoroso incendio. De nada le han servido al recién casado sus cursillos de arte ultraposmoderno, porque, al igual que muchos londinenses, no derramará ni una lágrima. Al contrario, celebrará con una media sonrisa la catástrofe como un buen augurio para los años venideros.

lunes, 3 de mayo de 2010

Storytelling: Historia de un Maccaronni



En la foto un joven encantador, una especie de doble de Frank Sinatra, ameniza las veladas de los cruceros de lujo en Rimini. Su voz encandila con palabras de amor un poco romanticonas, que la gente bien escucha con la indulgencia que concede a las jóvenes promesas. Lo que canta no es muy original, las melodías napolitanas de toda la vida. En la guitarra le acompaña un muchacho no menos simpático, quien canta con un deje atildadamente napolitano, haciendo las delicias de la multitud que se siente transportado a las terrazas de esa hermosa ciudad. El joven cantante no es una gran voz pero promete encandilar con su sonrisa a las multitudes. El guitarrista, no menos dicharachero, queda a la sombra de la arrolladora simpatía del cantante. Las mujeres están cautivadas por este jovencito ingenuo y aquel se deja seducir con la inocencia de sus pocos años.
Unas décadas más tarde este joven ingenuo y encantador controla todos los medios de comunicación de Italia, porque le asiste una gran habilidad para conectar con su público. En la "Historia de un Italiano", un folleto que resume su vida en unas cuantas páginas, aparece como l´uomo, el hombre; no uno cualquiera, el italiano medio que, al recoger flores con una vaga sonrisa, va a llevar a la bota italiana al campeonato mundial de la política internacional. Para eso ha fundado un partido con el mismo eslogan de un equipo catalán, un talismán que arrastra multitudes: Forza Italia. Si Berlusconi es Italia, no le hace falta al italiano de la calle pensárselo dos veces. Votar contra Berlusconi es votar contra Italia. ¡Y le ha arrebatado el cetro a los mismísimos fascistas, portaestandartes de la italianidad!
Berlusconi ha cautivado a las masas con sus canciones, con su Historia de un Italiano, con su italianidad medular. ¿Qué le falta por hacer? Estos relatos son flor de un día, y por eso Il Cavaliere inventa a menudo historias que distraen no a sus compatriotas sino a la prensa mundial de todos sus manejos políticos. Es un gran cuentista que sabe aturdir con sus historias, es el maestro de Storytelling.
¡Qué le vamos a hacer! Silvio es humano, demasiado humano, y su “meteduras de pata” hacen que la bota italiana reciba severas amonestaciones. Cuando visita Finlandia hace gala de sus encantos masculinos con una primera ministra. No lo puede remediar, es un galán empedernido. Menosprecia al reno y alaba las excelencia de la comida italiana. En una visita a una república ex soviética, al ver a la ministra de cultura vestida con el traje típico, propone, como si estuviera entre sátrapas, intercambiar a la bella folclórica por alguno de sus ministros. Cuando le recriminan lo del gobierno rosa español, aquél, sin sonrojarse, insiste -para regocijo de sus compatriotas- en que todo italiano es un Casanova. El italiano se identifica con este hombre un poco metepatas, que “no es un político profesional” sino un ciudadano mondo y lirondo que ha llegado a la presidencia por sus encantos personales y no por la partitocracia. ¿Problemas con Escandinavia, la patria de la mujer liberada? ¡Al carajo con estas monsergas! Sueña el italiano de a pie con ligar suecas; y una primera ministra, dígase lo que se diga, es una mujer. Y ésta donde ha de lucir sus mayores encantos es en la cocina. ¿Y qué tiene que ofrecer esta blancurria? ¡Reno! ¡Menuda cutrería! ¡Donde se pongan los spaghettis que se quite esa bazofia! Berlusconi sí que sabe y exporta las delicatessen italianas por todo el mundo: Casanova, la cocina patria y las canciones napolitanas.
Umberto Eco, en un artículo publicado en El País, relataba cómo el presidente Berlusconi había vetado la entrada en Italia de una especie de arañas que le producían urticaria. ¿Aracnofobia? ¿Otra metedura de pata? En una radio local se decía que Il Cavaliere se había hecho con un periódico que le hacía sombra, un medio de comunicación de la oposición. Esa era la verdadera noticia, si bien a un semiótico como el mismísimo Eco se le había pasado casi por alto. Berlusconi había desviado la atención con una historia extravagante, como había hecho desde su juventud con sus hermosas canciones napolitanas.
En una película Alberto Sordi interpretaba a un empresario sin escrúpulos que estaba en la ruina. Como se había declarado la suspensión de pagos, los empleados se le habían declarado en huelga. Este, con su encantadora sonrisa, se entrevistaba con los obreros – de hombre a hombre, como el millonario de Milagro en Milán- “cinco dedos”, le mostraba el millonario al vagabundo-. Con su arrolladora simpatía desmontaba en apenas unos minutos una huelga que había sido planeada minuciosamente. Unos minutos más tarde el empresario simpaticón hacía los preparativos para acabar con su mujer y devolver la solvencia a la empresa.
Unos años más tarde me sorprendí al ver a un doble de aquel personaje en la presidencia de Italia. Era un poquitín tramposo pero muy simpático, y encandilaba al personal porque de vez en cuando, mientras se elevaban las notas del himno nacional, se ponía a bailar y cantar, como habría hecho cualquier folclórico italiano si hubiera alcanzado la presidencia. “Ese hombre es como yo- pensaría el ciudadano de la calle-. No es un envarado como Andreotti; sí, es un poco pillo; pero con él me tomaría unas pizzas y entonaríamos al final de la cena unas cuantas napolitanas”.
Sin embargo, hasta la complaciente Italia tiene un límite. Los escándalos amorosos de Il Cavaliere salpican los medios de comunicación que nuestro simpático amigo domina con tanta maestría. ¿Qué hará Berlusconi para salvar el culo presidencial? Soluciones sencillas para problemas graves. Se reúne con su amigo de toda la vida, Mariano Apicella, el guitarrista que ha ocupado con los años algunos cargos de confianza, y graba una canción amorosa para desagraviar a su mujer. La primera manifiesta la admiración por la belleza de su esposa con un inspiradísimo y original “bella, bella, bella” y “eres la más bella entre las bellas con una piel de fina seda”. Y la segunda es un bombazo final para cubrirse de futuras contingencias amorosas:“A Gelosia” (los celos). No sabemos cuál es la verdadera reacción de la mujer, todo augura un final feliz. “¡Este Silvio es tremendo!”, pensará quizás entre bastidores. Eso no convence a sus detractores. No obstante, estos tienen la batalla perdida. ¿Por qué? Porque hasta sus más encarnizados enemigos lo siguen llamando Il Cavaliere. Nada se puede hacer contra unos gestos caballerosos. Aun así nuestro Silvio tendría soluciones para todo: si alguien se le ocurriera llamarlo Il Choriccione, entonaría una canción al chorizo con su amigo de toda la vida y nos metería de matute alguna de esas encantadores historias con las que lleva seduciendo desde hace años tanto a jovencitas como a viejos jubilados.

lunes, 19 de abril de 2010

Los Dioses Blancos: 1. La Tierra sin Mal.


Cuando Alemania invadió la Unión Soviética, Stalin se hizo coronar “emperador” haciendo un llamamiento a los “hermanos rusos”. El autócrata georgiano comprendió que tenía que dotar de sentido la revolución, desenterrando los huesos de los zares. Por ello conjuró el fantasma de Iván el terrible con una película sobre este personaje. No era al famoso déspota a quien resucitaba, sino a todos los césares anteriores, que es lo que significa zar. Desde entonces Stalin no se limitó a identificarse con esta figura ejemplar: él mismo fue Iván el terrible.
Siempre me he preguntado por qué llaman utopías (sin lugar) a estas saturnales políticas que ponen el mundo cabeza abajo, en vez ucronías (fuera del tiempo). Las ucronías rememoran un único acontecimiento esencial que se repite invariablemente a lo largo de los siglos. Cuando Cortés conquistó Tenochtictlan estaba emulando un mito esencial: las conquistas de Alejandro; y, en tanto realizaba sus proezas, era el paradigma del héroe macedonio y la capital azteca, una ciudad con mezquitas. Varios conquistadores antes y después que él- entre ellos el propio Julio César y Napoleón- rememoraron esa conquista mítica, de ahí que algunos de sus imitadores se hicieran con el título de César o Alejandro. En este marco sus acciones adquirían un sentido mítico: el de la gloria histórica forjada en el molde alejandrino. Hay tantos relatos como géneros utópicos, que se interpretan con una lectura inversa. Si los anarquistas cometían atentados no asesinaban, estaban escribiendo una página del socialismo; del mismo modo, los sacerdotes y religiosos cristianos no torturaban, por el contrario, purificaban las almas para allanarles un hogar en el cielo. Todos ellos situaban el paraíso en un mañana hipotético, llámese eternidad o porvenir (futuro). Unos y otros predicaban que la realidad estaba ausente, en otro plano: en la conquista mítica referida a la gloria histórica (la posteridad), en el otro mundo después de la muerte (el cielo), o en la futurible utopía redentora socialista. Este mundo y sus avatares eran un entretenimiento, un mero transito para perseverar en esos relatos salvadores, cuyas bendiciones se encontraban al final del agujero, que nadie o, casi nadie, lograba atisbar.
Para los guaraníes esta tierra y esta vida eran la imperfección. Existía un lugar donde todo era perfecto, la Tierra sin Mal. En esta tierra nadie moría ni enfermaba. Hasta allí se podía llegar sin pasar por la muerte, porque en este paraíso vivía el dios creador junto a los antepasados en medio de la abundancia. La Tierra sin Mal no constituía un mito para los guaraníes. Era un lugar real, concreto, que se ubicaba imprecisamente hacia el este, más allá del Gran Mar (Océano Atlántico). Era el mito tan seductor que, guiados por sus karai, los guaraníes abandonaban todo cuanto tenían y dejaban tras de sí columnas de fuego, señales inequívocas de un nuevo comienzo y un nuevo término. De modo semejante todos nuestros visionarios creen que su ucronía es un lugar real e insisten en que sus proyectos utópicos están aquí y ahora, por lo que dejan tierra quemada tras su paso. ¿Qué tipo de evidencias utilizan para demostrar la existencia de esos paraísos? Los católicos, las reliquias y la promesa del Paráclito. Para los protestantes, la Biblia es el mejor inventario de la obra de Dios y su palabra ley; para los hombres descreídos del siglo XX, los informes y estadísticas de los planes quinquenales (tan falsificados como las reliquias católicas) son la voz autorizada del Pueblo y el paso de la Verdad sobre la tierra.
El final de estos relatos soteriológicos generalmente era la muerte, pero algunos de sus paladines la aceptaban con gusto porque era una muerte con sentido. La verdadera muerte llegaría cuando la realidad con sus impurezas se impusiera al ciclo religioso, de ahí la obsesión de escapar al tiempo y crear nuevos calendarios: el revolucionario francés, el positivista de Comte o, en el colmo de los malabarismos, el Gran Salto Adelante. Este último señaló el fatídico año cero de la China comunista. Con este gran salto en el tiempo, Mao retornó al primer emperador, quien quemó bibliotecas enteras y asesinó a miles de intelectuales para fundar al imperio chino. No es casualidad que durante su mandato el Gran Timonel le dedicara tanta atención, quizás porque sabía que estaba refundando el nuevo estado chino con unas ceremonias dignas de un antepasado tan ilustre.
Sin embargo, sobrevivir a una nueva era es arriesgado; tarde o temprano Cronos se da cuenta del engaño y los hijos de la revolución son devorados por el tiempo. La ucronía supone un nuevo nacimiento, purificado de toda la degeneración de la historia, pero la realidad con sus impurezas se impone finalmente al ciclo religioso. Se da la paradoja de que todas las ucronías, al estar fuera del tiempo, son engullidas por Saturno, quien vuelve a poner las cosas en hora.
¿Han desaparecido los grandes relatos? ¿Existen aún las utopías? Como los restos de un pecio se han salvado retazos en las formas más variopintas. Hoy en día la fascinación por el pequeño relato sobrevive en los Storytelling de algunos políticos como Berlusconi o Sarkozy y en los cuentos sapienciales de algunos neoliberales, que creen en los arcanos del capitalismo mágico. ¿Ha muerto la revolución? No, todavía respira en la Revolución de piquillo: como no podemos cambiar el mundo, cambiemos las palabras. En esto nos asiste una creencia mágica en el lenguaje. De todos estos náufragos hablaré en los próximos artículos.

lunes, 12 de abril de 2010

Los fantasmas en la mochila 2. La España Adolescente


Corona de espinas y disciplina. Lo que nos pierde a los españoles es un gran amor por la autoflagelación, no en balde las procesiones tienen tanto arraigo en nuestro país. La autocrítica es sana; la mortificación, una herencia enfermiza de santa Teresa. Los extranjeros- ¡qué majos!-, como no quieren que desfallezca esta llama mortificante, nos ayudan con no menos empeño. Y nosotros, para no llevarles la contraria, vestimos el capirote de nazareno y nos laceramos el trasero durante todo el año.
¿De dónde nos viene esa pasión por los latigazos? Yo siempre hablo de la España Adolescente. El adolescente pasa por momentos de autoelogios exagerados y de autodesprecios, y busca la aprobación de los demás. ¿No estamos obsesionados por cómo nos ven en Europa? El jovencito idealiza su infancia, de ahí que algunas de nuestras autonomías hagan de su pasado histórico un paisaje bucólico. Esto a veces nos trae algún que otro quebradero de cabeza. Valga un botón. Andalucía y Extremadura tuvieron un toma y daca sobre si el flamenco y el cante hondo eran patrimonio de cada una de ellas. Lástima, pero me quedé sin saber cómo acabó este interesantísimo debate escolástico.
Como buenos adolescentes nos apresuramos a cumplir el tópico y, a diferencia de los alemanes que se niegan a poblar sus calles de tiroleses en pantaloncitos cortos, nos vestimos de bailaores y cantaoras, tal como lo muestra Bienvenido Mister Marshall. Los resultados de tan brillante idea están en la memoria de todos. La misma exageración grotesca de algunas películas españolas como Átame, que fue criticada en USA por su sexo demasiado explícito, despertó el orgullo patrio entre algunos locutores de televisión. Estos actuaban como aquellos alumnos que desean decir algo subido de tono para poner a prueba al profesor, y que aquél mira con una sonrisa porque son baladronadas propias de críos.
¿Por qué los extranjeros están abandonando España? Porque les estamos defraudando. Comenzamos a dejar de ser adolescentes: cumplimos nuestros horarios y hacemos las cosas, si no perfectas, aceptables. Vista la rentabilidad del tópico, me pregunto si así como Joaquín Costa proponía doble llave al sepulcro del Cid deberíamos destruir esta herencia de colorido folclore que se engloba dentro de lo que llamamos eufemísticamente: “lo nuestro”. Por desgracia, el proceso es imparable. Al caballero de la mano en el pecho, vestido de negro, ha sucedido el brillo mediterráneo de Gaudí y, como nuestros turistas han perdido el sabor de lo autóctono, prefieren abandonar el país antes que despojarse de un tópico tan arraigado y querido.
Y es que no es fácil desembarazarse de los fantasmas de la mochila. Decir la verdad es peligroso. A Sócrates le condenaron a beber cicuta. Él, en boca de Platón, se había tomado la revancha echando a los poetas de la República. A Borges no le concedieron el Nobel, porque se atrevió a taracear su literatura con laberintos, libros de arena y enigmas, y no con gauchos y el paisaje de la pampa. ¿Cuál fue su error? Si se hubiera limitado a escribir literatura gauchesca, sin duda el comité Nobel le habría concedido el premio. A estas alturas sabríamos que la Argentina es un país exclusivamente gauchesco. Antonio Lanzas, un antropólogo que ha vivido muchos años en África, decía que era muy difícil encontrar leones en el continente porque huían de los seres humanos, y no pobló su excelente libro de viajes de toda la rica fauna africana. Su libro, una autobiografía apasionante, no era verídico porque no se ajustaba a lo que esperábamos de un continente tan pintoresco. Si Lanzas no se hubiera olvidado de ellos, que es lo que tocaba, su libro habría obtenido la aprobación de sus lectores entusiastas. No hizo como García Márquez, un escritor consagrado. ¿Saben por qué le concedieron el Nobel? Porque cumplió las expectativas y vistió el liqui, liqui, el traje nacional colombiano; sólo le faltó recibir el premio al ritmo de un vallenato, pero, bueno, ya se sabe: ¡Nadie es perfecto!
Un ultimo apunte. Confieso que tengo mis prejuicios: cuando veo una novela rusa, aunque lo desconozca todo sobre el autor, la compro. Tal vez sea una temeridad creer que los rusos escriben genéticamente buena literatura o que los alemanes componen buena música clásica, pero- ¡qué le vamos a hacer!- a fin de cuentas uno no es de piedra y se deja llevar por los fantasmas de su mochila.

lunes, 29 de marzo de 2010

Los fantasmas en la mochila 1. Flema y té de las cinco


Luciano de Samósata, avergonzado de fábulas pueriles como el nacimiento de Afrodita a partir de la castración de Cronos, decidió desprestigiar estos embustes poblando sus Relatos verídicos de una fauna increíble: dendritas con sexos postizos de marfil o madera; selenitas que tenían ojos de quita y pon, y gigantescos caparazones de cangrejo que servían de vivienda. Luciano exageró para que la mentira cayera por su propio peso, pero paradójicamente inauguró toda una galería de expedicionarios que, sin salir de su cuarto o viajando a la vuelta de la esquina, tuvieron gran credibilidad entre el público. No sólo eso. Con el paso de los siglos, el viajero auténtico, si quería ser creído, debía cubrir su relato de hombres de un solo pie (esciápodos), seres de grandes orejas (panotios) o trogloditas. Tanto es así que, cuando Cristóbal Colón viajó en busca de cinocéfalos y sólo trajo perros que eran incapaces de ladrar, no fue tomado en serio. A este imperdonable descuido debemos que no se hubiera descubierto antes América.
En Eloísa está debajo de un almendro, Edgardo viaja sin levantarse de la cama. El criado, Leoncio, le proyecta unas diapositivas de distintos países y pita cada vez que llega a las estaciones fantasmas. No es desdeñable este procedimiento de conocer mundo. De Maistre viajaba sin salir de su cuarto, el turista europeo lo hace con el equipaje lleno de fantasmas con los que puebla los territorios desconocidos, lo que simplifica notablemente las cosas. Nada de sorpresas, en cada país lo que toca, que cada uno cumpla con su obligación. Por desgracia algunos maleducados interfieren la sesuda clasificación germánica que estos han elaborado con tanta exactitud y entusiasmo. Los sammi se niegan a que los llamen lapones, cariñoso apodo milenario que significa harapiento. Los españoles, en cambio, imbuidos de celo germánico, hemos cumplido religiosamente con nuestra obligación alimentando sin rechistar el tópico que tocaba y hemos llenado el retablo de Cármenes y Curros Jiménez.
Dice Plinio que los monstruos nacen en climas cálidos, porque el sol es el alma del mundo, y en los países soleados la naturaleza encuentra mayor capacidad para generar monstruos. Los pueblos monstruosos- aquellos que no hemos adquirido una forma plena, como los españoles- no tiene ciencia pero sí mucho salero, y entre ellos habita el buen salvaje, un ser primitivo que vive de los frutos de la tierra, porque no está contaminado de los males de la civilización como son la puntualidad o el amor al trabajo bien hecho.
Los alemanes, expertos en sistematizar el tópico, han detectado algunos de estos estratos fósiles en nuestra cultura. Los hombres del norte (más cercanos al patrón de humanidad imperante) son inexpresivos y callados, mientras que los del sur gesticulan y vociferan lo indecible. Esta aclaración me ha sido muy valiosa, porque me reveló que aquellas personas que gritaban y reían escandalosamente en aquel restaurante - tanto que incluso podía captar retazos de su conversación- no eran alemanes, aunque conversaban en esa lengua, sino italianos o españoles disfrazados.
Y es que lo que nos pierde son las formas; nada de la espada y la cruz, eso ya no se lleva: flema y té de las cinco. Me imagino a los británicos disparando graciosamente a los indígenas de Australia- este sí, este no-, Nueva Zelanda- aquel también y los otros también- y Norteamérica sin perder la sonrisa, mientras decían flemáticos: "¡Qué gente más encantadora!" Lo que nos falta es organización y no rapiña desorganizada. Deberíamos haber aprendido de la Compañía de las Indias Orientales, una elegante institución que perpetraba los saqueos con gran eficacia y, sobre todo, con clase, mucha clase.