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lunes, 10 de enero de 2011

1. Iconos góticos: Las reencarnaciones de un cuervo


En la mitología escandinava, los cuervos Hugin y Munin anidaban en los hombros de dios Odín y le susurraban al oído todo lo que veían y oían. Hugin simbolizaba el espíritu y su compañero Munin, la memoria.

Existe la creencia de que los espíritus de los asesinados se reencarnan en estas aves carroñeras. Mucho antes de que nacieran Kant o Herder, Odin envío a estos plumíferos por el ancho mundo a través de las velas vikingas que sembraron toda Europa de hermanos y hermanas córvidos.

Uno de estos fantasmas fue la figura de Barnaby Rudge, un personaje de Dickens. Para la depredación el cuervo común busca un compañero – un coyote o un lobo-. Aquí se vale de un idiota al que incitará a las matanzas de católicos. Este infeliz, que confunde las sombras con seres vivientes, cree que el cuervo es la sombra de su cordura. Por un trastrueque de roles, Barnaby se convierte en la mascota del astuto Grip, el cuervo.

En Grip se inspirará Poe para su famoso poema. Aquel se cuela en la habitación de un joven desesperado por la muerte de su amada. El narrador al principio confunde la barahúnda del intruso con un fantasma. ¿Por qué? Los cuervos, como buenos heraldos del más allá, son capaces de imitar cualquier sonido de la naturaleza: viento, murmullos, gritos e incluso, la voz humana. Cuando muere su compañera utilizan una estratagema para burlar a la muerte: imitan los graznidos de la fallecida. No es de extrañar que el protagonista identifique en el pájaro al espíritu extraviado de su amada.

Estos animales son muy juguetones y el joven ha entrado en el peligroso juego del gato y el ratón. A sus preguntas angustiosas, el pájaro agorero le responde una y otra vez "never more", lo que provocará que el curioso acabe medio loco.

Esa misma capacidad de colarse en todas las casas y de imitar los sonidos de vivos y muertos es la que demuestra don Ángel Cuervo, protagonista de un cuento de Clarín. En la tradición laosiana prohibían beber las aguas que hubieran catado unos cuervos; las aguas de “Laguna”, la ciudad de don Ángel, están contaminadas por este personaje siniestro, quien posee el talento de hacer olvidar los innumerables muertos de una población que no pierde, a pesar de la epidemia, su alegría bullanguera y contagiosa.

Esta ciudad cementerio es el paraíso de Don Ángel Cuervo, quien vive en un terreno intermedio. Su reino está con un pie en la sepultura.

“No visitaba a los enfermos mientras ofrecían esperanzas de vida. No era su vocación. Él entraba en la casa cuando el portal olía a cera y en las escaleras había dos filas de gotas amarillentas, lágrimas de los cirios.”

¿Qué truco utilizaba para corroer el tiempo? Como buen engastrimita imitaba todos los registros de los lugares comunes para confortar a los familiares del finado. En un ambiente de cera e incienso sabía hacer entrar el aire fresco de la vida y los parientes se dejaban seducir por este aire vivificante: borraba los rastros de la muerte en las cocinas, organizaba las ceremonias más enojosas y visitaba la jaula vacía donde apenas hacía unas horas había reposado el difunto y la desfiguraba como un tramoyista.

Pero no juzguemos mal a don Ángel. Una vez en que el barro y la lluvia no permitieron que el séquito acompañara al féretro hasta el cementerio, él se tomó la molestia de hacer los honores con el cura y los empleados de la funeraria. Allí conoció a una reencarnación de Barnaby Rudge: "Juan, el bobo", quien no tenía otro trabajo que asistir a entierros y acudir a las casas de difuntos. Se vuelve a cerrar el círculo: el cuervo sella la alianza con un desheredado de la inteligencia. El bobo, al igual que los lobos y los zorros, le indicará a don Ángel donde hay velatorio.

Pero no todo es imaginario en este relato. Dickens, adelantándose en más de un siglo a mascotas excéntricas, compró un cuervo parlante, el modelo inspirador de Grip. Vivió un tiempo y, como no admitía su pérdida, lo reemplazó por otro nuevo, que no tardó en morir de una indigestión. Nuestro escritor desistió de creer en una próxima reencarnación y no volvió a comprar ninguno más. Sin embargo, los productores de la serie “La familia Monster” se sacaron del sombrero un truco para que el cuervo se tornara inmortal. En una soberbia ironía del destino, lo enjaularon en un reloj de cuco y lo condenaron a dar las horas eternamente con su fatídico "never more". Es un cuervo sin alma: un mero resorte mecánico destinado a producir un efecto cómico, parodia cruel de los tiempos gloriosos del poema de Poe.