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lunes, 26 de noviembre de 2012

El Licenciado Vidriera 1. Los incorruptibles.


El Licenciado Vidriera 1. Los incorruptibles.

 Tomás Rodaja es un estudiante que, tras ser víctima de un hechizo de amor, padece un singular delirio: se cree de vidrio. Esa creencia lo convierte en un profeta dotado de sabiduría. Como a Tiresias, a quien los dioses le quitaron la vista para compensarle con la clarividencia; la singular “locura” de Tomás Rodaja lo vuelve sabio, pero lo aleja de los seres de carne y hueso.
Simbólicamente estos Licenciados Vidrieras, como el augur griego, pierden de vista la realidad humana para ser dotados de su don visionario. Por eso nunca levantan la vista de su sueño. Dice Taine a propósito de Robespierre: “El jacobino está lleno de respeto por los fantasmas de su mente racional. A sus ojos, estos son más reales que los seres humanos vivientes.”
Y es que estos hombres de vidrio, para mantenerse intactos, solo admiten la pureza más cristalina. El contacto con los otros hombres los corrompe y los convierte en seres humanos, demasiado humanos y, por tanto, en mortales. De ahí, la obsesión con el celibato. Robespierre se casará con la diosa Razón; Hitler, con Alemania; el sacerdote católico, con la Iglesia. Su verdadera esposa es la Idea o, mejor dicho, su fe. Con esta realidad inmaterial son iluminados y renacen como ángeles para dejar de ser mortales. Dice Silesius a propósito de estos seres inmaculados: “María es un cristal; su hijo, la luz celeste; así la atraviesa él sin romperla en absoluto.” Mientras estos seres angelicales sean concebidos por la luz de su fe, seguirán siendo etéreos e inmortales. Por eso tantos mártires se sacrificarán por esos rayos de luna.
“No me toques”, parecen decir estos hombres de vidrio. Como diría Papini de Nietzsche: exaltan la dureza del vidrio para ocultar lo quebradizo de su naturaleza. Y es que estos visionarios no son de carne y hueso. En ellos la materia existe, pero es como si no existiera; de aquí nace su intransigencia con las flaquezas humanas. “La carne es débil”, dirán. Si es débil, sacrifiquémosla a la Idea para que se convierta en cristal, en espíritu imperecedero.
Tienen una forma curiosa de predicar su virtud. Dice Quevedo: los virtuosos pecan con Dios, no contra Dios. Estos hombres de vidrio pecarán con la Idea, no contra ella. Mientras perpetren cientos de atrocidades bajo la luz de la Verdad, seguirán siendo ángeles. Dice Pascal sobre ellos: “El hombre no es ni ángel ni bestia, y nuestra desgracia quiere que quien pretende hacer de ángel haga de bestia.”
¿Por qué el sacrificio de miles de personas? Las generaciones de hombres se suceden, pero el hombre cristalizado a través de la Idea es inmortal y durará eternamente.
¿Eternamente? El tiempo es el otro enemigo de los Licenciados Vidrieras. Por eso se obsesionan por crear un nuevo calendario y rescriben la historia a la luz deslumbradora del cristal, es decir, de la Verdad.
Hay un texto celta que ilustra muy bien ese vaciado del tiempo. Se titula el viaje de Bran.  Tras permanecer varios meses Bran y sus hombres en la isla de las mujeres, sienten nostalgia de su patria y deciden volver. La reina de las mujeres le advierte a Bran que no deben pisar tierra irlandesa. Cuando se acercan a la costa, una muchedumbre en la playa les pregunta a distancia quiénes son. Bran se identifica, diciéndoles que no hace mucho salieron de Irlanda. La gente no les reconoce y les cuenta viejas historias de siglos atrás acerca de un Bran que partió en busca del país de las hadas y nunca más volvió. Uno de los hombres se lanza al agua y logra llegar a la playa. Sin embargo, en cuanto toca tierra, envejece bruscamente, como si los siglos transcurridos le hubieran caído encima, y se desintegra.
Durante años estos hombres de vidrio navegan en su barco de cristal. Pero tarde o temprano han de avistar la realidad; y entonces todas las quimeras que han construido se volatilizan, haciendo trizas al hombre de vidrio.
Desde ese momento, los gérmenes del tiempo contaminan a estos seres angélicos, dejando sus miserias a la vista de todos. Entre estos despojos, si miramos a través del cristal de Robespierre, ¿qué vemos? ¿Qué son esos monstruos, sino las impurezas del cristal que suben a la superficie para traicionar sus ideales más sagrados? Dentro de ese mundo de vidrio afloran unos homúnculos, los monstruos de la razón, de los que hablaremos en otro artículo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Los dioses blancos 2: el pañuelo de Stalin.



Según Ibn Arabi “el universo es un inmenso libro. Sus caracteres están escritos por la pluma divina”. Para los hombres leídos de Occidente, el mundo no tiene secretos, por el contrario cabe en los estrechos límites de un libro; el que ellos llevan consigo. El proceso es inverso al anterior. No se trata de representar el mundo como un códice sagrado, sino de hacer que este se encorsete en los límites estrechos del manual que llevan consigo. El universo es una tablilla de cera en el que se pueden escribir las conclusiones de los capítulos previamente escritos por los autores, y lo que no se ajusta a dicho molde es considerado desecho o mera diversión, lo que se aparta del asunto de su libro. Las cosas no tienen significado en sí, como parte del libro del mundo, sino de antemano, según estaba escrito en las páginas de su manual, ya sea El Capital, el Origen de la especies o la Interpretación de los Sueños.
El hombre civilizado desprecia las supersticiones de los salvajes, al mismo tiempo que puebla el mundo de demonios. Estos a veces tienen tan poca consistencia como los fantasmas de los ingenuos primitivos. El occidental se ríe de cómo el hombre primitivo considera al rayo una manifestación de la divinidad, pero interpreta un monolito como un símbolo fálico; la delincuencia, como una manifestación de la lucha por la vida; y la religión, como una sublimación de la lucha de clases.
Como contábamos en la primera entrada de los dioses blancos, en principio los protagonistas de los libros, cuyos modelos estaban inspirados en Herodoto, Tucídides o Plutarco, eran los héroes de Carlyle. En estas obras más pedestres, los personajes, al igual que los de la novela realista, son vulgares y no tienen nada de heroicos. Mientras en los  primeros se producía una sacralización de las hazañas de los héroes de la antigüedad; en estos últimos se consagraban los actos cotidianos, la banalidad.
Un acto aparentemente sin sentido- una escaramuza entre delincuentes- adquiría un significado en medio del caos: formaba parte del relato de un libro, ya fuera el autor Spencer, Darwin o Marx. No es casualidad que por aquella época, Balzac emprendiera la magna obra de la Comedia Humana. El autor francés intenta meter en sus novelas un universo con todas sus minucias; por eso los historiadores y sociólogos reconstruyen con comodidad la Francia decimonónica a través de sus libros; y es que, a diferencia de teóricos como Spencer, introducirá en su baúl todo lo que encuentra a su paso, sin dejar nada; lo que hace que la obra de Balzac sea un extraordinaria enciclopedia de la sociedad de su tiempo.
En la primera entrada de los dioses blancos hablábamos de la rememoración de los grandes héroes: Napoleón conmemora a Alejandro en sus batallas, porque él es el macedonio reencarnado; a través de estos libros modernos, por el contrario, se produce una sacralización de la vida vulgar. Pasamos de la dinámica de los grandes gestos o epopeya a la prosa de cotidianidad. La caótica y vulgar vida diaria adquiere un rostro a través de estos textos vulgares, y lo que en principio parecía obra del azar forma parte de un capítulo de la otra Humanidad, la que va a pie y no a caballo.
Pero esta Humanidad que ha desmontado del caballo requiere otros dioses. El punto débil del laicismo es despreciar la necesidad humana de lo numinoso y lo  sagrado. Una de las grandes virtudes del Cristianismo es que santifica la vida cotidiana; lo que significa que cualquier persona a través de sus insignificantes tareas diarias puede realizar un acto esencial que le franquee las puertas del cielo.
Por ello Robespierre, consciente de esa necesidad de lo sagrado, instaurará sin éxito el culto a la Diosa Razón, y comunistas y fascistas construirán una sofisticada puesta en escena colectiva, inspirada en las ceremonias religiosas. Esta persigue un fin: el culto al Estado debe infiltrarse en la vida cotidiana de la población y lo hará de la misma forma que la religión tradicional: a través de las nimiedades del día a día, como hilvanar un pañuelo con la efigie de papá Stalin en la intimidad del hogar.