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sábado, 12 de noviembre de 2011

Los demonios en el espejo. Los tacones de Luis XIV.


 Según una teoría, los fantasmas no son los espíritus de personas muertas, sino proyecciones procedentes de objetos que han absorbido impresiones psíquicas. Estos serían una especie de grabadora en la que quedarían impresos los recuerdos de una existencia truncada: voces (psicofonías) e imágenes (fantasmas) de los seres con los que estos estuvieron vinculados trágicamente.

        Machado de Assis en su cuento El espejo defiende una teoría similar. El ser humano consta de dos almas: interior y  exterior. “El alma exterior puede ser un espíritu, un fluido, un hombre, muchos hombres, un objeto, un acto. Hay ocasiones, por ejemplo, en que un simple botón de camisa es el alma exterior de una persona... las dos completan al hombre, que es, metafísicamente hablando, una naranja. Aquél que pierde una de las dos mitades, pierde naturalmente media existencia; y hay más de un caso en que la pérdida del alma exterior supone la existencia entera. Shylock, por ejemplo: el alma exterior de aquel judío eran sus ducados; perderlos equivalía a morir.”

Lo más curioso de esta teoría es que esta alma exterior puede variar no sólo en la madurez- el trompo de la infancia por una jefatura de cofradía- sino en poco tiempo: “Sé de una señora que cambia de alma exterior cinco o seis veces al año. Durante la temporada lírica es la ópera; al término de la temporada, el alma exterior se convierte en otra: un concierto, un baile del Casino, la Calle del Oidor, Petrópolis...”

En el reinado del Rey Sol, el monarca era el alma exterior de la corte. El mismo Luis XIV era un reflejo voluble en sus infinitos espejos, entre los que destacaba la sombra de su suegro Felipe IV. No sé si estos cortesanos llegaban a los extremos de algunas culturas tradicionales que tosían cuando el rey tosía, se caían del caballo cuando el rey perdía el equilibrio o incluso se rompían una pierna si se daba el caso, pero hacían malabarismos con su ingenio, lo cual no tenía menos mérito.

Ahora bien, entre los Yukun, cuando el rey mostraba los primeros signos de debilidad- le salían canas- lo asesinaban. Por ello no nos extraña que al reflejo debilitado del Rey Sol, Luis XVI, le cortaran la cabeza. 

          ¿Dónde radicaba el carisma de Luis XIV? Es todo un misterio. Fijémonos en el retrato de Rigaud. El atuendo y la apostura del rey no resisten la comparación con su contemporáneo, Felipe IV. Una figura afeminada que, para alcanzar la majestuosidad, ¡lleva tacones! Y para colmo, como el romano Nerón, es el primer bailarín del Reino. Nada que ver con la “grandeur” hierática de los dioses presidentes franceses.

Pero no despreciemos los vestidos del rey ni su apostura. El monarca guarda una última carta, incluso en calzoncillos. Los japoneses creen en los Tsukumogami, los  espíritus artefactos. Son objetos cotidianos que, al cumplir cien años, vuelven a la vida; y si no se les ha tratado con delicadeza, se tornan muy agresivos. Por ello, sería recomendable que las prendas reales fueran atendidas con el debido respeto, no sea que el espíritu del Rey Sol resucite a través de sus tacones fantasmas para vapulear a algún que otro irreverente.