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lunes, 7 de noviembre de 2016

El delirio blanco. Rusia y sus demonios soviéticos.


En su obra Los Demonios, Dostoiévski menciona “una escena en la que un tal Gulliver, que antes ha estado en el país de los liliputienses, al volver a su tierra llegó a considerarse como un gigante hasta el punto de que, caminando por las calles de Londres, gritaba maquinalmente a los transeúntes y los carruajes que se quitasen de delante y cuidasen de que no los atropellase, imaginándose que él seguía siendo gigante y los otros liliputienses. Por eso se convirtió en el hazmerreír y en objeto de tremendos improperios. Más de un cochero zafio midió con su látigo las espaldas del gigante”.
Se entiende por delirio “una idea falsa, absurda e irracional que el individuo tiene de sí mismo o de su entorno, a pesar de que la evidencia demuestre lo contrario”. A lo largo de su corta existencia, las espaldas del gigante soviético sufrieron los latigazos de la realidad: los demonios se habían apoderado de su cuerpo y no había forma de expulsarlos.
En 1957 encargaron a dos científicos rusos una predicción sobre el futuro de la Unión Soviética, titulada Reportaje desde el siglo XXI. Difícil arte este de los vaticinios, pero estos discípulos del doctor Moreau no dudaron en forjar una obra en la que la epopeya se combinaba con la ciencia ficción a partes iguales. En el año de la profecía, 2007, el periodista Jacek Hugo-Bader viajó a Rusia para calibrar la desproporción entre la épica de este relato científico y la realidad postsoviética.
El gigante soviético estaba afectado de distintos delirios. En La vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin, se describen los síntomas del delirio científico en un personaje, Gládishov. Este emplea su tiempo en cultivar un híbrido de tomate y patata, al que bautiza como el Camino del Socialismo. Los científicos de verdad no se le quedan a la zaga, como nos cuenta Hugo-Bader en su visita al camarada Kaláshnikov:
“Izhevsk es la capital de la industria armamentística rusa, aunque por supuesto no hay ninguna fábrica de tanques, armas o vehículos acorazados. Otra especialidad soviética. La piezas de los tanques se ensamblan en una fábrica de agavilladoras, los misiles en una de coches, y la artillería en una de telares. En Tula, por ejemplo, los fusiles se producen en la fábrica de samovares.” El Delirio Blanco (Editorial DIOPTRÍAS, página 130. Traducción de Ernesto Rubio y Marta Slyk) 
Esto podría parecer una precaución contra los espías imperialistas. Mas esta degenera en locura con el uso de bombas atómicas para fines civiles:
“De alguna mente enferma surgió la idea de excavar canales por medio de cabezas nucleares: se va haciendo una bomba tras otra hasta tener listo el canal [...] Una explosión termonuclear creó un embalse artificial de cuatrocientos metros de diámetro y cien de profundidad [...] Al cabo de unos años, hasta aparecieron unos peces en el embalse de al lado. Solo que no tenían ojos.” El Delirio Blanco (página 169). 
 El sueño de la razón produce monstruos: Algunos niños de Semipalátinsk, afectados por la radiación, nacieron con deformaciones en el feto. Claro que esto no es ningún impedimento para un patriota soviético. En Temple de acero se retrata a “un hombre que, habiendo conocido todas las vicisitudes de la Revolución y la guerra civil, queda privado no sólo de los brazos y de las piernas, sino además de la vista. Reducido al lecho por las cadenas de la enfermedad, la fuerza y la bravura que subsisten en este hombre lo llevan a servir a su pueblo y escribe un libro” La vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin (página 167.)


   Tras nuestra lectura del libro de Jacek Hugo-Bader, arriesgamos otra explicación a esta ingeniería estrafalaria: el delirio blanco, el delírium trémens:
 “Cada vez que un evenko borracho se me acerca en la calle, siempre quiere una marcianada absurda: que le lleve conmigo a América, que lo acompañe al tren que va a Moscú (en la aldea no hay vía férrea) o que le dé diez mil rublos.” El Delirio Blanco (página 248.)
¿Trenes fantasmas? Son las voces del vodka, aquellas que empujan a los evenkos a pegarse un tiro o a correr desnudos huyendo de sus demonios.
    Resulta irónico que entre estos últimos la receta para curar el delirio blanco sea los sesos de reno, quizás debieran canjearlos por los de los científicos soviéticos. Estos también oyen voces que los empujan a proyectos no menos delirantes como irrigar los desiertos del país con bombas atómicas o explotar un artefacto nuclear, cuya radiación debería haberse extendido por una zona despoblada y desértica:
“(Sajarov) cometió un error muy importante. La nube (radiactiva) no se dirigió hacia al sur. En esta región de Kazajistán, el viento sopla del oeste al este una media de veintisiete días al mes. La nube fue directamente a Semipalátinsk, una ciudad que contaba entonces con 250.000 habitantes”. El Delirio Blanco (Editorial DIOPTRÍAS, páginas 157. Traducción de Ernesto Rubio y Marta Slyk) 
Las voces son los vientos. A miles de kilómetros de allí, en Siberia, esta tragedia se habría evitado, si hubieran escuchado a una pequeña chamana:
“Yo era una niña normal, pero no hacía otra cosa que jugar con los vientos. Me pasaba todo el tiempo con ellos, ellos me formaron. En mi aldea, los leñadores salían a trabajar y los vientos sabían siempre dónde iban, corrían alrededor de ellos como si fuesen perros y me lo contaban todo. Un día, iban a ir al bosque con un tractor, pero los malos vientos ya se habían subido al volante y yo tuve una visión... ¡No vayáis con los malos vientos! Mi madre vino y se me llevó. Se fueron a la taiga, el tractor se despeñó por un barranco y murieron cinco hombres”. El Delirio Blanco (páginas 232-233.) 
A la niña la internaron en un psiquiátrico. Al científico Sajarov le concedieron su tercera Estrella de Oro de Héroe del Trabajo Socialista y otro premio Lenin, todo ello en ágapes regados con abundante alcohol.
    Y es que, según la creencia popular rusa, el vodka lo cura todo: hasta los demonios se nutren de este néctar. No en balde el Día del Defensor de la Patria (el Día del Hombre o del soldado) se lo pasan bebiendo vodka. Lo curioso es que el Día de la Mujer también lo dedican (los hombres, no las mujeres) a beber. Y eso que la fiebre patriótica presenta sus desventajas: El índice de defunciones aumenta con las víctimas del coma etílico.


En el Reportaje desde el siglo XXI no se menciona a Dios ni a la religión. Estas supersticiones habrán desaparecido con el tiempo. Sin embargo, en el 2007, es la Unión Soviética la que se ha desintegrado y por toda Siberia pululan fantasmas y Mesías. Estos últimos desafían la tradición, ya no montan sobre ningún animal:
“La primera vez Jesucristo iba a lomos de un asno, comía pescado, bebía vino y vivía en castidad. Ahora prefiere una moto de nieve marca Yamaha, es vegetariano y abstemio, y su mujer ha vuelto a quedarse embarazada” 
“De los seis Jesucristos vivos que hay actualmente en el mundo tres están en Rusia. Uno todavía no se ha revelado [...] El tercero es un antiguo policía y pintor autodidacta,  a quien sus seguidores llaman “Vissarion”, que quiere decir “el que da la vida”. Aunque normalmente lo llaman “el Maestro”. El Delirio Blanco (página 187). 
¿Todavía no se ha revelado? Permítame Hugo-Bader una pequeña enmienda. El primero se ha encarnado en la figura de Pablo Iglesias.
Para ser ungido como Mesías, Vissarion quiere rememorar cada uno de los episodios de la vida de Jesús. Pablo Iglesias, mucho más modesto, se conforma con unas pocas escenas. Su favorita es Jesús expulsa a los mercaderes del templo.


      Ambos personajes comparten la Buena Nueva: la llegada del Reino de Dios sobre la tierra. Aunque con Vissarion nos atrevemos a asegurar que la sonrisa está más cerca.


    Pero mientras Iglesias se esfuerza por desvelar la Trinidad del niño Errejon, Pablo padre y el Espíritu de Podemos,  Vissarion nos diagnóstica el origen del mal:
“Cada célula del animal sacrificado lleva impreso el código del miedo, eso dice el maestro. Y después el hombre se lo come, asimila la energía negativa y se llena de temor, de pánico y de muerte.” El Delirio Blanco (página 188)
Toda esta sabiduría milenaria está recogida en el Último Testamento, un evangelio farragoso semejante a la escritura automática de los surrealistas o al discurso incoherente de Bienvenido Mister Marshall. No obstante, el diácono y filósofo ortodoxo Andréi Kuráev, nos dilucida el misterio:
“A partir de esas palabras incomprensibles cada uno se hace la idea que quiere. De esa forma satisfacen sus propias necesidades. Es como el Cuadrado negro de Malévich. Cada uno lo entiende a su manera.” El Delirio Blanco (Editorial DIOPTRÍAS, páginas 219. Traducción de Ernesto Rubio y Marta Slyk).
Nosotros arriesgamos otra hipótesis. En teoría, el cuadrado de Malévich no hacía referencia a nada externo. Sin embargo, últimamente se ha descubierto que debajo de la pintura se oculta un cubo futurista y un chiste racista: Dos negros peleando en una cueva, que aluden a una obra del escritor Alphonse Allais.
En 1887, Allais publicó la misma obra bajo el título Combate de negros en una cueva de noche  en un álbum humorístico. Este contenía La primera comunión de niñas anémicas en la nieve  (un rectángulo blanco) y Cardenales apopléticos recogiendo tomates en la orilla del Mar Rojo (un rectángulo rojo).
El delirio blanco es como estos chistes geométricos, un intento de cuadrar la realidad en el círculo de los planes quinquenales, transformando a los hombres en monigotes, lo que no se compadece con seres de carne y hueso, sino con el acartonado homo sovieticus.
En el Reportaje desde el siglo XXI  los científicos escribieron “que las carreteras del futuro garantizarían una seguridad vial absoluta. No resbalarían, se despejarían de nieve y se secarían solas [...] Por debajo de la carretera circularían unos cables de alta frecuencia.” 
No sé si el texto hace referencia a un futuro scalextric o es un plagio de Julio Verne. Hugo-Bader, por el contrario, señala hastiado: “De los trece mil kilómetros que recorrí de Moscú a Vladivostok, tres mil no tenían ningún tipo de pavimento”. El Delirio Blanco (Editorial DIOPTRÍAS, páginas 290-291. Traducción de Ernesto Rubio y Marta Slyk)
    Por eso el autor de libro acaba padeciendo el delirio. Delirar  procede del latín delirare, "salir del surco al labrar la tierra”. Nuestro escritor termina dando vueltas de campana en una carretera de tierra, por culpa de ese estado de indiferencia terrible y fría, ese frío helado que te congela el bigote o quizás, como los afectados por el delirio blanco, se precipita en la nieve al huir de sus demonios.