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miércoles, 3 de octubre de 2012

El señor Teckel 16


16. La doble vida de Wilson.

    ¿Qué es lo que ha provocado ese brusco y repentino cambio de humor? Lo ignoramos, Wilson es un hombre muy reservado y no le gusta compartir sus secretos con desconocidos ni tampoco con amigos. Examinemos su rostro: no revela nada en absoluto, es un libro cerrado, un enigma herméticamente clausurado. ¿Y las manos? Temblorosas e hinchadas, parece que de un momento a otro vayan a estallar. Su cuerpo yace de espaldas en el suelo en apariencia inexpresivo, muerto. Una almohada le cubre el cuello, apretada entre ambas manos. Está claro que si queremos descubrir algo, tendremos que actuar por nuestra cuenta. Registraremos la habitación para buscar algo que nos ponga sobre la pista. Las persianas están bajadas; pero la luz del sol es tan fuerte, que algunos haces atraviesan las rendijas y crean una imagen de penumbra. Una ráfaga de luz se proyecta en la pared enfrentada a la ventana e ilumina un singular recuadro. Si lo miramos con detenimiento, distinguiremos un extraño dibujo: una ventana pintada con exquisito trazo y extraordinario realismo. Los postigos están abiertos y dejan ver una imagen en tres dimensiones. ¡Cualquiera diría que no es realmente una vista de una de las calles más bulliciosas y concurridas de la ciudad de Nueva York! ¡Si hasta parece que escucho el infernal ruido del tráfico y una luminosidad radiante, que emana del cuadro-ventana, hiere mis ojos! Las calles están nevadas y el frío se transmite a toda la habitación. ¡Aquello parece una nevera! Si nos acercamos una vez más al cuadro-ventana, podremos leer el título del fresco: ”Wilson  en Nueva York o cuando la ciudad tiembla”. Su silueta se recorta contra una de las ventanas de un edificio, plasmado en el fresco. El rostro de Wilson mira horrorizado hacia el escenario de la tragedia: un hombre se despeña desde la azotea, ante la fría mirada de unos tipos elegantes que están celebrando un guateque. Junto al cuadro-ventana, trazado con auténtica destreza hiperrealista, podemos admirar en viñetas gigantes distintos episodios de la vida de Wilson. La primera viñeta describe una escena inicial de su vida y se titula: “Tragedia en Halloween”. Continúa con el episodio “Wilson en la escuela” y, como motivo central, el citado cuadro-ventana. Los episodios concluyen con una viñeta, que se titula: ”Wilson en el Caribe”. En este recuadro aparece un retrato de nuestro amigo: un hombre enjuto, de apariencia anodina, vestido como un vulgar oficinista (un traje de chaqueta barato, color gris y una corbata oscura). Pero lo más destacado del cuadro, sin duda, es el semblante de nuestro protagonista: la cabeza pequeña, calva aunque con ladillos, enmarca un rostro que desentona con la contextura del cráneo, al ser este rostro desproporcionadamente ancho. Los pómulos chupados tampoco guardan ninguna armonía con los grandes ojos azules, saltones. La nariz pequeñísima apenas se dibuja en el rostro, dándole una expresión desencajada. ¿Y las manos? Las manos, gordas e hinchadas, nos conducen directamente a los ojos que las miran desconcertados. En ellos un observador atento podrá leer un sentimiento de temor e inquietud. Un interrogante apenas visible cruza todo el cuadro y subraya ese desasosiego que respira todo el fresco.
    En la pared contigua, que forma ángulo recto con la anterior, asistimos a nuevas manifestaciones del talento artístico de Wilson. Varias figuras escultóricas forman un peculiarísimo bajorrelieve: los personajes surgen como por encanto a través de la pared, mostrando medio cuerpo, como si la otra parte se encontrara  al otro lado del tabique. En las formas escultóricas alternan tanto el caucho como la madera. Las figuras articuladas se mueven gracias a un sofisticado sistema de cuerdas y poleas. Ricos y lujosos vestidos cubren las esculturas. Nuestro primer personaje es un mendigo, ataviado con harapos. Extiende la mano, exquisitamente moldeada, en petición de una limosna. Una vez se ha depositado la moneda en la palma de su mano, ésta se cierra  con violencia. Si alguien comete la imprudencia de tocar la mano cuando el puño está cerrado, se encontrará con la desagradable sorpresa de tocar algo viscoso y al mismo tiempo duro -no en balde la mano está hecha de huesos, caucho y silicona-. Junto al mendigo contrasta la personalidad de una escultura vestida con distinción. Se trata de un multimillonario, cuyos esfuerzos por acercarse a su desafortunado compañero resultan del todo infructuosos. Lo más que acierta es a levantar su sombrero de copa en actitud respetuosa -¿un saludo?-. No falta un sólo detalle que no corrobore su calidad de multimillonario: si registramos sus bolsillos encontraremos varios fajos de billetes que suman la bonita cantidad de un millón de dólares, y auténticos puros habanos. Con envidia y desconfianza, mira al multimillonario un personaje mal vestido con el torso semidesnudo, cubierto por una camiseta mugrienta. Con una de las manos sujeta un naipe; y si registramos los bolsillos, hallaremos una baraja y varias fichas de la ruleta. Tal vez para moderar la perniciosa presencia del tahúr, aparece la venerable figura de un predicador que, en actitud digna, parece amonestar a su vecino. Mientras con una de sus manos sujeta una cruz en ademán condenatorio, la otra se apoya confiadamente en un libro que guarda en un bolsillo de su levita: la Biblia. Varias sogas pegadas a la pared separaban a estas figuras de una nueva serie de esculturas que tiene como título: ”De la muerte y sus aledaños”. Inaugura la serie un personaje ricamente vestido, aunque el crispamiento de su rostro y la postura de sus brazos denotan desesperación. En uno de los bolsillos: un frasquito de cianuro ¿Qué le ha movido al suicidio? La respuesta en el otro bolsillo: unas cartas de amor desesperadas. La causa de su desesperación no parece encontrarse muy lejos: una de las manos del suicida intenta sobar un culo embutido en unos pantalones rojos, ajustadísimos. La mano de la prostituta lo detiene, mientras el otro brazo femenino intenta desasirse de la presión de una mano musculosa, enjaezada con varios anillos llamativos, perteneciente a un personaje malencarado que se declara su “protector”. La otra mano del chulo se posa sobre una teta que irrumpe explosiva, huyendo de las apreturas del corsé negro. En la escena están cuidados hasta los más nimios detalles: el traje a rayas del chulo, el pañuelo rojo y el sombrero negro; los bolsillos de la chaqueta, atestados de dinero mugriento; el rictus de desprecio que se le ha quedado paralizado en el rostro del indeseable, y la expresión de pánico en la prostituta, que intenta  liberarse sin éxito de las garras de su protector.