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jueves, 29 de diciembre de 2016

El Lord Canciller del fango. La Casa Desolada y Beowulf.


Londres. El frío y el cieno lo invaden todo.  “Tanto barro en las calles, como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la Tierra y no fuera nada extraño encontrarse con un megalosaurio de unos 40 pies chapaleando como un lagarto gigantesco Colina de Holborn arriba.” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, página 5.
    Tras esta cosmogonía mítica, Dickens nos revela la identidad del saurio que ha convertido la ciudad y el reino en un inmenso cenagal:
 “[...] En medio del barro y en el centro de la niebla está el Lord Gran Canciller sentado en su Alto Tribunal de Cancillería (Tribunal de Justicia). Jamás podrá haber una niebla demasiado densa, jamás podrá haber un barro y un cieno tan espesos, como para concordar con la condición titubeante y dubitativa que ostenta hoy día este Alto Tribunal de Cancillería, el más pestilente de los pecadores empelucados que jamás hayan visto el Cielo y la Tierra.” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, páginas  5 y 7, volumen I.
Si el cuadro inicial podría formar parte del Génesis, hemos de añadir que el dinosaurio es un préstamo de Beowulf, la saga anglosajona. Allí se describe un monstruo, Gréndel, que, como nuestro Lord Canciller, vive en un pantano, envuelto en la niebla, y amenaza a los hombres de un palacio cercano:

“Llamábase Gréndel aquel espantoso
y perverso proscrito: moraba en fangales,
en grutas y charcas. Desde tiempos remotos
vivía esta fiera entre gente infernal...”
“En eternas tinieblas
                                        su ciénaga estaba...”

El pantano de Gréndel está poblado por seres infernales, envueltos en la bruma.  Si en Londres asomaban “perros, invisibles en el fango”; en el tribunal, los letrados, como los reptiles del cenagal, viven ocultos en la niebla:

“De pronto, un abogado muy bajito, con tremenda voz tonante, se levanta, todo inflado, en medio de los ban­cos traseros de niebla [...]” y tras pronunciar un mensaje de ultratumba “se deja caer en el asiento y desaparece en la niebla.” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial,  página 8, volumen I.

Gréndel asesina a los moradores del palacio del Rey Hodgar, vaciando literalmente el edificio. Con su sello, el Lord Canciller absorbe hogares y tierras, convirtiéndolas en casas desoladas y tierras baldías hasta asemejarlas a un cementerio:

“El Alto Tribunal de Cancillería, que tiene sus casas en ruinas y sus tierras abandonadas en todos los condados; que tiene sus lunáticos esqueléticos en todos los manicomios, y sus muertos en todos los cementerios...” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial,  página 6, volumen I.



Por desgracia, el neblinoso poder del Lord Canciller no se limita a casas y terrenos, su sello contamina a personas y familias enteras, a través de un pleito sin principio ni fin, Jarndyce y Jarndyce, del que estas familias forman parte sin saber cómo ni por qué. El litigio les acompañará a lo largo de su vida y se perpetuará en sus descendientes:

“Durante la causa han nacido innume­rables niños; innumerables jóvenes se han casado; innumera­bles ancianos han muerto. Docenas de personas se han en­contrado delirantemente convertidas en partes de Jarndyce y Jarndyce, sin saber cómo ni por qué; familias enteras han heredado odios legendarios junto con el pleito. El pequeño demandante, o demandado, al que prometieron un caballito de madera cuando se fallara el pleito, ha crecido, ha poseído un caballo de verdad y se ha ido al trote al otro mundo”. Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, página, volumen I.

La envidia y el resentimiento son los principales aliados del juicio, los “odios legendarios”. No olvidemos que «Jarndyce» (apellido) se parece a jaundice (ictericia), con sus connotaciones en inglés de prejuicio, envidia, resentimiento. Gréndel también simboliza el odio y las rencillas, aquel que está a punto de hacer bailar las espadas entre los daneses.
Tras mencionar a víctimas del litigio, a las que no pone cara ni voz,  Dickens  nos cuenta el caso de una anciana, la señorita Flite. Al principio de la novela esta asiste al pleito de Jarndyce y Jarndyce, y su comportamiento parece el de una lunática o una sonámbula:

“Subida en una silla a un lado de la sala, con objeto de ver mejor el santuario encortinado, hay una ancianita loca tocada con un gorro fruncido, que siempre está en el tribunal, desde que empieza la sesión hasta que se levanta, y que siempre espera que se pronuncie algún fallo incompren­sible en su favor. Hay quien dice que efectivamente es, o fue alguna vez, parte en un pleito, pero nadie está seguro, porque a nadie le importa. Lleva en su ridículo cachivaches a los que califica de documentos; se trata fundamental­mente de fósforos, de papel y de lavanda seca.” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, página 6, volumen I.

En una conversación, la señorita Flite nos revela el motivo de sus extravagancias.  Al igual que el personaje de Ante la ley,  espera un veredicto:

[...]—Pero estoy esperando un veredicto. Dentro de poco. [...] Mi padre esperaba un veredicto —dijo la señorita Flite—. Mi hermano. Mi hermana. Todos esperaban un veredicto. El mismo que espero yo.
[...]—Y, ¿no sería más prudente dejar de esperar ese veredicto? —pregunté.
—[...]Ese lugar (la Cancillería) ejerce un atractivo misterioso. ¡Chist! No se lo mencione a nuestra diminuta amiga cuando vuelva. Puede darle miedo. Y con razón. El lugar ejerce un atrac­tivo cruel. Es imposible dejarlo. Y hay que tener esperanza [...]  Yo llevo muchos años yendo allí, y me he dado cuenta. Es la Maza y el Sello que hay encima de la mesa.
Le pregunté sin presionarla qué por qué era aquello.
—Absorben —me contestó la señorita Flite—. Ab­sorben a las gentes, hija mía. Les absorben la paz. Les absorben el sentido común. Les absorben hasta el aspecto. [...] El primero al que absorbieron fue mi padre..., lentamente. Con él absorbieron nuestra casa [...] Lo absorbieron hasta llevarlo a una prisión por deudas. Murió en ella. Después mi hermano se vio absorbido hasta caer en la bebida. A la miseria. Y a la muerte. Después absorbieron a mi hermana [...] Después yo caí enferma y en la miseria, y oí decir, como había oído decir tantas veces antes, que todo ello era obra de la Can­cillería. Cuando me puse mejor, fui a ver al Monstruo. Y entonces averigüé cómo era, y me sentí absorbida hasta quedarme allí [...] He visto llegar muchas caras nuevas que no sospechaban nada, y que se han visto absorbidas por la influencia de la Maza y el Sello, en todos estos años. Como le ocurrió a mi padre. Y a mi hermano. Y a mi hermana. Y a mí misma.” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, páginas 47-48, volumen II.

   La señorita Flite, ¿absorbida por el tribunal? A primera vista no: la anciana se pasa el día en sus despachos, pero entra y sale de allí a voluntad. No obstante, esto es pura apariencia. Cuando terminan las sesiones, se aloja en una casa de huéspedes en frente del edificio. Esta es un reflejo deformado del alto tribunal y su casero, Krook, al que llaman irónicamente Lord Canciller, es el “hermano” gemelo del alto magistrado. De hecho, la posada, además de alojar vidas truncadas, amontona trastos viejos y libros de derecho, de modo similar al de la verdadera Cancillería.
   Al crear un paralelismo entre esta última y la casa de huéspedes, Dickens cierra el círculo alrededor de la anciana. El nombre oficial de la Cancillería esLincoln's Inn May”. “Inn” en inglés significa posada, de tal modo que los que acuden al alto tribunal, al traspasar sus puertas, se convierten de facto en sus “huéspedes” vitalicios y la legión de certificados del pleito se transforman en certificados de defunción. La señorita Flite nunca abandonará la Cancillería, porque la posada en la que se hospeda, como espejismo del edificio originario, es una prolongación del propio tribunal. Ella misma confía en morir encerrada en esta “casa desolada”, como los pájaros enjaulados a los que ha prometido la libertad en cuanto se falle su veredicto. Como diría el vigilante de “Ante la ley”, cuando el acusado está a punto de morir: “esta puerta te estaba reservada”.
El manto púrpura y el blasón nobiliario vuelven invulnerable al Lord Canciller oficial. A Gréndel  no hay arma que pueda abatirle, porque el monstruo las hechiza. Ahora bien, Dickens da con el sortilegio para deshacer el hechizo. Para matar al monstruo los héroes utilizan talismanes: un escudo que refleja la imagen de la bestia para huir de sus ojos. Para no mirar directamente a la moral victoriana y al clasismo inglés, Dickens crea el doble del Lord Canciller, Krook, y se ensaña con él, porque este es un vulgar ropavejero no un noble.
El asesinato de un alto magistrado habría sido un escándalo para la época, no así el de un trapero. ¿Asesinato? En la novela nadie llega a tocar un pelo al Lord Canciller ni a su efigie deformada, Krook. ¿Cómo lo hace entonces? A través de un arma homeopática: lo semejante se mata con lo semejante. Para acabar con la niebla nada mejor que una buena dosis de bruma.
El escritor inglés no oculta que la niebla es el vínculo entre el Lord Canciller y Krook, el elemento en que nadan ellos y sus víctimas. Esta se extiende por todas partes y se cuela en “los ojos y gargantas de ancianos... y en la cazoleta de la pipa que fuma por la tarde el patrón malhumorado”. Dickens juega asimismo con la ambigüedad del delirio blanco: la bebida. Las brumas del alcohol se transformarán en la niebla que envuelve el cerebro del verdadero Lord Canciller y de su doble, Krook.
Con ironía victoriana, Dickens defenderá que la causa de su fallecimiento es esa niebla que nubla el entendimiento, el alcohol, auténtica bestia negra de la época. Este, como mecha inflamable, provocará la combustión espontánea de Krook. Y lo que sus contemporáneos no entenderán desde su miopía positivista es que, al defender esa teoría estrafalaria, no intenta explicar la muerte desde un punto de vista científico sino moral:

“El Lord Canciller de la plazoleta, fiel a su título hasta el final, ha muerto como mueren todos los Lords Cancilleres de todos los Tribunales, [...] en las que se actúa con falsedad y se cometen injusticias. Dad a la muerte el nombre que Vuestra Alteza quiera, atribuidla a quién que­ráis, o decid que hubiera podido impedirse de un modo u otro, pero seguirá siendo eternamente la misma muerte: congénita, innata, engendrada en los humores corruptos del propio cuerpo viciado, y nada más... La Combustión Es­pontánea, y ninguna otra de las muertes por las que se puede perecer.”  Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial,  página 25,  volumen II.