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viernes, 28 de abril de 2017

Hipnotismo y reencarnación.


En el cuento de Hoffmann El hombre de arena, el protagonista identifica a Coppelius con un personaje mítico que arranca los ojos a los niños. Años más tarde, este se reencuentra con su pesadilla, solo que ahora, cuando teme perder la visión, el monstruo le ofrece unas inofensivas gafas. En la obra del mismo autor La ventana del primo, el protagonista, postrado en una cama, es capaz de ver escenas surrealistas a través de un catalejo que le revela los pensamientos íntimos de los observados. En mi novela Oxforbridge, el doctor Tuhmahul es “un oculista de prestigio que no operaba sino que obraba milagros, por eso lo llamaban el Doctor Maravillas”. ¿Cómo lo hacía? Operándolos, de este modo cambiaba su concepción del mundo. Tal vez Coppelius no arrancaba los ojos, pero inducía a unos delirios que te llevaban a la ruina. Los admiradores del doctor Tuhmahul, en cambio, no llegarán a esos extremos. Simplemente se convertirán en partidarios de un sistema educativo, inspirado en el Código de Hammurabi.
En las Bildungsroman, la vida nos proporcionaba un molde para el aprendizaje. Cualquier acontecimiento de nuestra existencia, por nimio que fuera, formaba parte de un elaborado currículo educativo. El resultado: la estatua viva del olímpico Goethe. En la actualidad, el mortal común ha de ser un pequeño Goethe que, a través de interminables cursos de reciclaje, se vaya metamorfoseando con el paso de los años. En Oxforbridge se acorta este tiempo de aprendizaje gracias a un magnetizador que, con el trance hipnótico, permite ampliar el estudio en las horas de sueño, ya que la vigilia no basta para nuestro vasto plan de estudios:

“Entra un tipo con unos ojos abisales, el doctor Tuhmahul, quien nos va a hacer una demostración de los principios de sugestoidiopedia que se aplican en Oxforbridge. Junto al mago, un muchacho bien vestido. Este se sienta en una silla y observa en las paredes unas imágenes secuenciales. De pronto se entenebrece la habitación y suena una música relajante. Los focos iluminan la mirada aguda del doctor, quien, antes de actuar, contempla su entrecejo en un espejo para recargar su energía magnética. Acto seguido, mira fijamente a los ojos del alumno y, gracias a su voz profunda, secundada por la música y la penumbra, el joven entra en trance hipnótico. Entonces el maestro le pone unos auriculares en los oídos, con los que este estudia mientras duerme un curso intensivo de japonés, y ya va por el nivel veintisiete, todo ello haciendo horas extras por las noches. En las paredes, imágenes de samurais sobre las distintas unidades didácticas y, de fondo, una canción japonesa tradicional acerca de los mismos temas. Cuando el alumno despierta, habla con desenvoltura el idioma y además, como está incluido en el lote, domina a la perfección el Kárate y el Kung Fu. Un oriental del público se pone a hablar con él y a practicar artes marciales, y exclama: “habla con la misma soltura que un tokiota y domina las técnicas de un samurai”. Gloria (la pedagoga) explica las ventajas de este sistema de aprendizaje. La jornada laboral se podría prolongar las horas de sueño, aportando por las noches un sueldo extra a muchas familias. Además, miles de problemas irresolubles en las horas de vigilia se llegarían a aclarar con la ayuda de las ondas alfa del cerebro, del que despiertos solo utilizamos un diez por ciento.
El público aplaude con entusiasmo la demostración de sugestoidiopedia. Al poco entra otro profesor. Este es tan silencioso y reservado como un cartujo y, como Jano, muestra dos rostros: uno que mira a su público y otro, al vacío. Cinco alumnos aguardan sus clases, mientras su mirada se pierde en el infinito. Tras un rato de espera, les suelta tres o cuatro frases pausadas y vuelve a su mutismo. ¿Está profundizando en los misterios del cero, cero, cero? No explica nada más y guarda su silencio como un valioso tesoro para que sus alumnos descubran la verdad por sí mismos. El origen del término alumno en latín es “sin luz”: el que está a oscuras y debe ser iluminado por el maestro. Ya es hora de que los “alumnos” se alumbren a sí mismos y no tomen una luz prestada. Es esta una variante del método socrático que puede conllevar secuelas extraordinarias. Con este procedimiento revolucionario los enfermos de corazón no necesitarían cirujano, porque aprenderían a aprender a operarse a sí mismos, lo que supondría un ahorro notable a la Sanidad Pública.”  Joaquín Huguet. Oxforbridge. Teatro de las maravillas.
¿Es posible el autoaprendizaje? Con el talismán apropiado no hay nada imposible. Circulan libros milagro: Aprenda inglés en una semana; Piense y hágase rico: Enriquecimiento rápido a través del pensamiento positivo. Siguiendo esta tradición, en Oxforbridge, al averiguar el antepasado transmigratorio del alumno, recuperaremos el alma de los antiguos genios que se han perdido en las sucesivas y caóticas ruedas de la reencarnación:
Oxforbridge era un centro famoso por cultivar a genios amnésicos. Este santuario del saber hacía fluir por las venas del alumnado el espíritu de los sabios de antaño, porque habían sido bendecidos con ciencia caída del cielo. Estas palabras no eran una metáfora sino un estado de gracia en el que el poder de la atracción jugaba un papel determinante. El monumento de la entrada ilustraba este milagro fundador: Newton era abatido por una manzana junto a Luminoso, quien, tras estrellársele un ladrillo en el cráneo, lograba descifrar el lenguaje de las estrellas y construía todo un zooinstituto con esa primera piedra filosofal. Entre los dos  prohombres, la figura mediadora de san Molondrón ejercía su autoridad con su enorme testa. El firmamento les había proporcionado dos revelaciones. Al primero, la teoría de la gravedad; al segundo, el horizonte infinito de la sapiencia transmigratoria.
En este centro estudiaban grandes figuras que habían olvidado su sabiduría al alunizar accidentalmente en un cuerpo ajeno a través de sus confusos viajes astrales. Bastaba con descubrir el genio de la antigüedad dormido en su cerebro para que estos desmemoriados, fieles reencarnaciones de Galeno, Platón o Einstein, recuperaran gracias a la aceleración trance–hipnótica las experiencias de sus vidas anteriores y con unos meses en órbita se graduaran como lumbreras.” Joaquín Huguet. Oxforbridge. Teatro de las maravillas.


No obstante, Ricardo Signes, en su novela Zapatos de ante azul, se muestra escéptico con estos conocimientos trasmigratorios y nos sugiere una exégesis del renacimiento que sorprendería al autor de La metamorfosis. En ella se combinan las reencarnaciones en un mismo plano y las vidas paralelas:

“- [...] ¿qué sentido tiene que un tío que ha estado toda su vida fastidiando, cuando muera se reencarne en cucaracha? ¿Dónde está la lección? Si por lo menos se diera cuenta de que su existencia es una mierda ganada a pulso por lo hijoputa que ha sido en su vida anterior... Además, ¿cómo debe portarse una cucaracha para promocionar en su próxima reencarnación? He estado pensando en esto y así no le veo ningún sentido. Por mucha reencarnación que haya, la vida es el mismo derroche. Lo único que se me ocurre es que exista una  conciencia que nos recuerde quién fuimos. Pero, ¿dónde está esa conciencia?
-Eso, ¿dónde?
-No lo sé, pero para mí que la frustración puede ser una pista, algo así  como una ventana por donde podemos vislumbrarla. Por ejemplo, Doli desea un cuerpo de mujer, ¿no? Pues eso puede significar que antes, en otra vida, ha sido mujer, y como quiere serlo otra vez, se puede decir que su actual reencarnación es un paso atrás en su camino. Pero esto es hablar por hablar, porque sólo uno podría intuir sus propias reencarnaciones, aunque en algunos casos no parece difícil reconocer transmigraciones negativas, en tipos como Baltasar o Bolos, por ejemplo.
-Vale, pues si tomamos la trasmigración desde el final, podemos interpretar  todas las reencarnaciones de todas las personas, es decir, todas las vidas vividas y por vivir como diversas manifestaciones de lo mismo que, a la larga, conducen a lo mismo. Es por eso que, visto así, el tiempo no importa mucho, y uno podría reencarnarse tanto hacia adelante como hacia atrás, e incluso coincidir con una reencarnación anterior o posterior, no sé si me explico.
-Perfectamente.
-Por eso decía que Bolos o Baltasar pueden ser la misma persona.
-¡Ya!
 Y por eso mismo podría ser él también una reencarnación de Elvis. O a lo mejor es incluso al revés, que Elvis es una reencarnación suya.
-Sí, claro, eso si dejamos de lado el pequeño detalle de cuando Elvis murió yo tenía diecisiete años.
-Ya he dicho que el tiempo es reversible y que puede haber caminos paralelos que harían posible esas coincidencias.” Ricardo Signes. Zapatos de ante azul.