Las reencarnaciones del
Misisipi.
En la novela homónima de Mark Twain, Huckleberry Finn realiza un extraño cortejo a la
muerte. Su amigo Tom Sawyer sueña con rescates sangrientos, inspirados en
historias de piratas; si bien sus fantasías nunca se salen del cañamazo
infantil. La imaginación de Huck Finn va más lejos. Degüella a un cerdo y lo
hunde en el río para simular su muerte y esquivar la sombra del padre. Desde
entonces, Huck abandona su envoltura carnal y vaga en una balsa por el Misisipi
en compañía de Jim, un negro fugado. En la geografía del más allá los ríos
cumplen un papel mítico. En este Aqueronte sureño se diluyen las fronteras del
tiempo, no hay muerte ni clases sociales; por eso fructifica la amistad entre una
basura blanca como Huck y un esclavo fugitivo como Jim.
Además el Misisipi sumerge a nuestro protagonista en el
ciclo de las reencarnaciones. “No te bañarás dos veces en el mismo río”, dice
Heráclito; lo que se traduce por “nunca serás la misma persona cada vez que te
bañes en sus aguas”. La corriente arrastra cientos de vidas. En cada ribera
nuestro héroe, tras el correspondiente bautismo fluvial, asume una personalidad
nueva. Primero es una niña; luego, un muchacho desorientado y, por último, la sombra
de un ser vivo: Tom Sawyer. El rígido contorno de un nombre, Huck Finn, se
difumina como las fluctuantes orillas de un río; lo que hace que tanto él como
Jim descarten la fuga y se dejen llevar por la corriente.
Pero hasta este flujo libre en apariencia
tropieza con escollos. Cuando el espectro de Huck navega por el Aqueronte, unos
demonios se embarcan en la balsa, haciéndose pasar por ángeles caídos. Con el
bautismo del whisky falsifican vidas y muertes. Los embaucadores actúan como
predicadores, actores o vendedores de ensalmos. Se sienten orgullosos de su
trabajo y, siguiendo la tradición del sur, se las dan de caballeros; de ahí que
uno se haga llamar duque y el otro, rey; y que exijan a Jim y a Huck que les
rindan pleitesía. Si en algunos personajes de la obra perduraba el honor
sureño, en estos últimos este concepto se degrada en espectáculo de feria. Huck
lo comenta a Jim con sorna: estos aristócratas de pacotilla no se distinguen de
los originales; y, si los miras de cerca, no son peores que los genuinos. De
esta forma, la nobleza europea es tildada de corte de los milagros. Esta idea
la desarrollará Twain más a fondo en una novela satírica posterior: Un
yanqui en la corte del Rey Arturo.
El río lo arrastra todo: la vida y la
muerte; pueblos enteros, casas, e incluso las mentiras y los pecados de los
hombres. Los estafadores se valen de esta corriente para ocultar sus fechorías
y borrar su rastro. No obstante, hasta sus aguas guardan memoria. Los timadores
son emplumados, porque el río es una imagen de la eternidad; y el tiempo, en su
rueda de culpas y redenciones, vuelve a sus peregrinos sin que estos se den
cuenta. Puede que Huck y Jim no se hayan movido nunca de sitio y que su fuga
haya sido un reflejo en las aguas del río. Al principio de su huida se habían topado con una casa
flotante. En ella habían encontrado avituallamiento y disfraces con los que
Huck había encarnado distintas vidas. Pero un hecho trágico le dotaba de un
sesgo funesto: la presencia de un muerto transformaba la cabaña en un ataúd a
la deriva. Huck, hastiado del acoso paterno y del acartonamiento de la señorita
Watson, había fantaseado con asumir distintas personalidades; este hallazgo
fúnebre lo convertía en un hijo póstumo o, lo que es lo mismo, en un fantasma
anónimo.
Aventuro un desarrollo diferente de la
narración. El tiempo se ha detenido. Las corrientes del río son las
fluctuaciones de la mente de Huck. Este descubre la identidad del muerto y
las subsiguientes peripecias solo tienen lugar en su cabeza. Ambos son capturados
y Jim es colgado como esclavo fugitivo; entre otras cosas, porque Huck es un
buen chico y lo denuncia a las autoridades.
Esto enlazaría con un final gore
titulado The Adventures of Huckleberry Finn and Zombie Jim. Una especie de tuberculosis provoca que los muertos vuelvan
de sus tumbas. Los rebeldes son exterminados, pero los dóciles son empleados
por los vivos. La esclavitud deja de existir, al menos oficialmente. No
obstante, la liberación es un espejismo. Jim resucita como zombie para vivir
una fantasía perniciosa: se cree libre. ¿Abolición? La amistad prolongada en el
tiempo entre Huck y Jim solo es posible, si este último se convierte en un
cadáver servicial. El destello de
libertad del Jim vivo se apaga en su versión zombie, que retorna a la vida como
un uncle Tom cualquiera. Lo que hace de esta novela una alegoría de la
alienación de los negros, tras ser emancipados sobre el papel por Abraham
Lincoln.