5. El
fantasma del faraón.
En las semanas posteriores, un miembro
del Departamento de Poesía Aplicada amaneció con una mejilla hinchada.
Al principio lo tomaron por un flemón.
Luego contó que, en la oscuridad, cerca del Departamento de Orientación,
sintió el peso de una mano callosa y fría, como un guantelete. Del golpe, sus
gafas psicodélicas, idolatradas en el zooinstituto, se convirtieron en una
escultura vanguardista. Esto hizo dudar
si el agresor era Usthiasuk o un artista revolucionario que estaba ensayando
nuevas técnicas.
Uno de
nuestros mejores estudiantes, experto en papiroflexia, llevaba a cabo un
experimento con una mosca: le arrancó las alas para ver si podía volar. Cuando
comprobó que era una inútil, la montó en un avioncito de papel para descubrir
qué sentiría la aviadora en un vehículo supersónico. Nunca sabremos cómo acabó
tan interesante prueba: una mano invisible, una mezcla asquerosa de vendas
apestosas y plomo, le atizó un guantazo que lo dejó en blanco durante dos
semanas seguidas.
Pero lo que colmó el
vaso fue lo que los eruditos consideraron la segunda tragedia cultural más grave desde el incendio de la Biblioteca
de Alejandría: la destrucción de La Biblioteca
Benigno Luminoso de las Metaciencias Educativas. Se especula que el
fantasma de Usthiasuk, que rondaba por los alrededores, estaba detrás de estas maldades. Algunos libros ardieron
misteriosamente y se perdieron cientos de pedagogía, espiritualidad, autoayuda y márketing. Entre ellos se
mencionaba una obra maestra de la
metaciencia educativa: El aula celestial.
Del colegio ideal a las divinas enseñanzas piscopedagógicas del Doctor
Benigno Luminoso, y eso a pesar de
que se habían tomado todas las precauciones para protegerlo. El libro estaba envasado al vacío, es decir, estaba
guardado en una vitrina de la que se había extraído el aire a conciencia. Era
una primera edición, una joya bibliográfica que solo aquellos orientadores
consagrados podían consultar tras muchos años de entrega a las metaciencias
educativas. La urna estaba presidida por un retrato de Benigno Luminoso.
¡Cuánta grandeza se esconde detrás de hombres aparentemente anodinos! Nadie
habría imaginado que tras ese rostro redondo, manso y algo cetrino, de mirada
desvaída, calva sebosa y protuberante, se parapetaba un genio creativo y
fundador, el Descartes de la Psicopedagogía Avanzada. La secretaria del Departamento de Animación
Ludicoeducativa (DAL) estaba pasando a ordenador una conferencia de la doctora
Cárdenas sobre el Aprendizaje
Multidireccional, cuando le pareció ver una sombra. Miró alrededor:
nada, todo estaba en calma. Se asomó
por la ventana y contempló el mar, el puerto natural y el “Faro de Alejandría”
situado a la entrada de la biblioteca. Este, como cada noche, proyectaba en el
aire los rostros de luminarias de la ciencia piscopedagógica, perfilados por
rayos láser: Rousseau, Pestalozzi, Comenius, Luminoso. En ese momento arribaba
un grupo de estudiosos en un barco de vela, impulsado por una brisa e iluminado
por esos rostros resplandecientes que lo llevaban a buen puerto. Junto a esos
semblantes se leían perlas de su sabiduría: apotegmas, sentencias o sencillas
frases que habían iluminado a la humanidad durante décadas: ¿No dicen que la naturaleza es sabia? O ¿Cuánta
imaginación hay que tener para llegar al poder? Una música subyugadora,
apenas audible, se difundía en varias millas a la redonda. La melodía procedía
asimismo del “Faro de Alejandría”. Sí, todo era normal, pero bruscamente
desaparecieron esas figuras benéficas y surgió tras una niebla repentina un
rostro anguloso y cadavérico que helaba la sangre: ¡Usthiasuk! Un alarido
prolongado, que sustituyó a la música, se oyó en el exterior. El barco
embarrancó en la arena y cundió el pánico entre los tripulantes. Luego se
apagaron las luces y el drama se situó en el departamento: el libro fundacional
ardió dentro de la urna. La secretaria pegó un grito y, cuando se encendieron
las luces, del ejemplar quedaban apenas
unas páginas chamuscadas y el retrato estaba colgado del revés. Por fortuna, la
secretaria era una mujer decidida, corrió a la puerta y le pareció ver a un
hombre que se alejaba. Llamó a los guardias, mas aquel tipo se disipó como el
humo. Uno de ellos creyó reconocer en el fugitivo los rasgos del faraón.
El personaje del Faraón es muy prometedor, pero he de decirte, oh Gran Muftí de la Biblioteca de Gotham, que me he llevado un chasco cuando he leído que la deformación del rostro y de las gafas del docente del Departamento de Poesía Aplicada no se debía a una intervención ilustrada y creativa de algún alumno aventajado del zooinstituto, sino a una hostia del Faraón.
ResponderEliminarPor cierto, no me queda claro si ¡Usthiasuk! es una onomatopeya de una hostia bien dada o es el nombre del Faraón.
ResponderEliminarPara aclararte esta cuestión, nada mejor que consultar a dos profesores del equipo del Faraón. Esta misma mañana hablaré con ellos para que te hagan una visita y aclaren tus dudas: “ Tobías Mazas, alias Cao, y Guanche Díaz, alias Destructor, dos profesores con hechura de bulldogs que eran la mano derecha de Usthiasuk a la hora de imponer ley y orden entre los estudiantes con la contundencia de sus puños.”
EliminarMe suenan esos profesores. No sé..., estaré equivocado, pero vagamente creo recordar que eran del departamento de metafísica aplicada, ¿no?
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