Londres. El frío y el
cieno lo invaden todo. “Tanto barro en
las calles, como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la Tierra y no
fuera nada extraño encontrarse con un megalosaurio de unos 40 pies chapaleando
como un lagarto gigantesco Colina de Holborn arriba.” Charles Dickens. Casa
Desolada, Alianza Editorial, página
5.
Tras esta cosmogonía mítica,
Dickens nos revela la identidad del saurio que ha convertido la ciudad y el
reino en un inmenso cenagal:
“[...] En medio del barro y en el centro de
la niebla está el Lord Gran Canciller sentado en su Alto Tribunal de
Cancillería (Tribunal de Justicia). Jamás podrá haber una niebla demasiado densa, jamás
podrá haber un barro y un cieno tan espesos, como para concordar con la
condición titubeante y dubitativa que ostenta hoy día este Alto Tribunal de
Cancillería, el más pestilente de los pecadores empelucados que jamás hayan
visto el Cielo y la Tierra.” Charles Dickens. Casa Desolada,
Alianza Editorial, páginas 5 y 7, volumen I.
Si el cuadro inicial
podría formar parte del Génesis, hemos de añadir que el dinosaurio es un
préstamo de Beowulf, la saga anglosajona. Allí se describe un monstruo,
Gréndel, que, como nuestro Lord Canciller, vive en un pantano, envuelto en la
niebla, y amenaza a los hombres de un palacio cercano:
“Llamábase Gréndel aquel espantoso
y perverso proscrito: moraba en fangales,
en grutas y charcas. Desde tiempos remotos
vivía esta fiera entre gente infernal...”
“En eternas tinieblas
su
ciénaga estaba...”
El pantano de Gréndel
está poblado por seres infernales, envueltos en la bruma. Si en Londres asomaban “perros, invisibles
en el fango”; en el tribunal, los letrados, como los reptiles del cenagal,
viven ocultos en la niebla:
“De pronto, un abogado muy bajito, con tremenda
voz tonante, se levanta, todo inflado, en medio de los bancos traseros de
niebla [...]” y tras pronunciar un mensaje de ultratumba “se deja caer en el
asiento y desaparece en la niebla.” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, página 8, volumen I.
Gréndel asesina a los moradores del palacio del
Rey Hodgar, vaciando literalmente el edificio. Con su sello, el Lord Canciller
absorbe hogares y tierras, convirtiéndolas en casas desoladas y tierras baldías
hasta asemejarlas a un cementerio:
“El Alto Tribunal de Cancillería, que tiene sus
casas en ruinas y sus tierras abandonadas en todos los condados; que tiene
sus lunáticos esqueléticos en todos los manicomios, y sus muertos en
todos los cementerios...” Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial, página 6, volumen I.
Por desgracia, el neblinoso poder del Lord
Canciller no se limita a casas y terrenos, su sello contamina a personas y
familias enteras, a través de un pleito sin principio ni fin, Jarndyce y
Jarndyce, del que estas familias forman parte sin saber cómo ni por qué. El
litigio les acompañará a lo largo de su vida y se perpetuará en sus
descendientes:
“Durante la causa han nacido innumerables
niños; innumerables jóvenes se han casado; innumerables ancianos han muerto.
Docenas de personas se han encontrado delirantemente convertidas en partes de
Jarndyce y Jarndyce, sin saber cómo ni por qué; familias enteras han heredado odios legendarios
junto con el pleito. El pequeño demandante, o demandado, al que prometieron un
caballito de madera cuando se fallara el pleito, ha crecido, ha poseído un
caballo de verdad y se ha ido al trote al otro mundo”. Charles Dickens. Casa Desolada, Alianza Editorial,
página, volumen I.
La envidia y el resentimiento son los
principales aliados del juicio, los “odios legendarios”. No olvidemos que
«Jarndyce» (apellido) se parece a jaundice (ictericia), con sus
connotaciones en inglés de prejuicio, envidia, resentimiento. Gréndel también
simboliza el odio y las rencillas, aquel que está a punto de hacer bailar las
espadas entre los daneses.
Tras mencionar a víctimas del litigio, a las
que no pone cara ni voz, Dickens nos cuenta el caso de una anciana, la
señorita Flite. Al principio de la novela esta asiste al pleito de Jarndyce y
Jarndyce, y su comportamiento parece el de una lunática o una sonámbula:
“Subida en una silla a un lado de la sala, con
objeto de ver mejor el santuario encortinado, hay una ancianita loca tocada con
un gorro fruncido, que siempre está en el tribunal, desde que empieza la sesión
hasta que se levanta, y que siempre espera que se pronuncie algún fallo
incomprensible en su favor. Hay quien dice que efectivamente es, o fue alguna
vez, parte en un pleito, pero nadie está seguro, porque a nadie le importa.
Lleva en su ridículo cachivaches a los que califica de documentos; se trata
fundamentalmente de fósforos, de papel y de lavanda seca.” Charles Dickens. Casa
Desolada, Alianza Editorial, página 6, volumen I.
En una conversación, la señorita Flite
nos revela el motivo de sus extravagancias.
Al igual que el personaje de Ante la ley, espera un veredicto:
“ [...]—Pero estoy esperando un
veredicto. Dentro de poco. [...] Mi padre esperaba un veredicto —dijo la
señorita Flite—. Mi hermano. Mi hermana. Todos esperaban un veredicto. El mismo
que espero yo.
[...]—Y, ¿no sería más
prudente dejar de esperar ese veredicto? —pregunté.
—[...]Ese lugar (la
Cancillería) ejerce un atractivo misterioso. ¡Chist! No se lo mencione a
nuestra diminuta amiga cuando vuelva. Puede
darle miedo. Y con razón. El lugar ejerce un atractivo cruel. Es imposible
dejarlo. Y hay que tener esperanza [...] Yo llevo
muchos años yendo allí, y me he dado cuenta. Es la Maza y el Sello que hay
encima de la mesa.
Le
pregunté sin presionarla qué por qué era aquello.
—Absorben
—me contestó la señorita Flite—. Absorben a las gentes, hija mía. Les absorben
la paz. Les absorben el sentido común. Les absorben hasta el aspecto. [...] El primero al que absorbieron fue mi padre...,
lentamente. Con él absorbieron nuestra casa [...] Lo absorbieron hasta llevarlo a una prisión por deudas. Murió en ella.
Después mi hermano se vio absorbido hasta caer en la bebida. A la miseria. Y a
la muerte. Después absorbieron a mi hermana [...] Después yo caí enferma y en la miseria, y oí
decir, como había oído decir tantas veces antes, que todo ello era obra de la
Cancillería. Cuando me puse mejor, fui a ver al Monstruo. Y entonces averigüé
cómo era, y me sentí absorbida hasta quedarme allí [...] He visto llegar muchas caras nuevas que no
sospechaban nada, y que se han visto absorbidas por la influencia de la Maza y
el Sello, en todos estos años. Como le ocurrió a mi padre. Y a mi hermano. Y a
mi hermana. Y a mí misma.” Charles Dickens. Casa Desolada,
Alianza Editorial, páginas 47-48, volumen II.
La señorita Flite, ¿absorbida por el
tribunal? A primera vista no: la anciana se pasa el día en sus despachos, pero
entra y sale de allí a voluntad. No obstante, esto es pura apariencia. Cuando
terminan las sesiones, se aloja en una casa de huéspedes en frente del
edificio. Esta es un reflejo deformado del alto tribunal y su casero, Krook, al
que llaman irónicamente Lord Canciller, es el “hermano” gemelo del alto
magistrado. De hecho, la posada, además de alojar vidas truncadas, amontona
trastos viejos y libros de derecho, de modo similar al de la verdadera
Cancillería.
Al crear un paralelismo entre esta última
y la casa de huéspedes, Dickens cierra el círculo alrededor de la anciana. El
nombre oficial de la Cancillería es “Lincoln's Inn May”. “Inn” en inglés significa posada, de tal modo
que los que acuden al alto tribunal, al traspasar sus puertas, se convierten de
facto en sus “huéspedes” vitalicios y la legión de certificados del pleito se
transforman en certificados de defunción. La señorita Flite nunca abandonará la
Cancillería, porque la posada en la que se hospeda, como espejismo del edificio
originario, es una prolongación del propio tribunal. Ella misma confía en morir
encerrada en esta “casa desolada”, como los pájaros enjaulados a los que ha
prometido la libertad en cuanto se falle su veredicto. Como diría el vigilante
de “Ante la ley”, cuando el acusado está a punto de morir: “esta puerta te
estaba reservada”.
El manto
púrpura y el blasón nobiliario vuelven invulnerable al Lord
Canciller oficial. A Gréndel no hay
arma que pueda abatirle, porque el monstruo las hechiza. Ahora bien, Dickens da con el sortilegio
para deshacer el hechizo. Para matar al monstruo los héroes utilizan talismanes: un
escudo que refleja la imagen de la bestia para huir de sus ojos. Para no mirar
directamente a la moral victoriana y al clasismo inglés, Dickens crea el doble
del Lord Canciller, Krook, y se ensaña con él, porque este es un vulgar
ropavejero no un noble.
El asesinato
de un alto magistrado habría sido un escándalo para la época, no así el de un
trapero. ¿Asesinato? En la novela nadie llega a tocar un pelo al Lord Canciller
ni a su efigie deformada, Krook. ¿Cómo lo hace entonces? A través de un arma
homeopática: lo semejante se mata con lo semejante. Para acabar con la niebla
nada mejor que una buena dosis de bruma.
El escritor
inglés no oculta que la niebla es el vínculo entre el Lord Canciller y Krook,
el elemento en que nadan ellos y sus víctimas. Esta se extiende por todas
partes y se cuela en “los ojos y gargantas de ancianos... y en la cazoleta de
la pipa que fuma por la tarde el patrón malhumorado”. Dickens juega asimismo
con la ambigüedad del delirio blanco: la bebida. Las brumas del alcohol se
transformarán en la niebla que envuelve el cerebro del verdadero Lord Canciller
y de su doble, Krook.
Con ironía
victoriana, Dickens defenderá que la causa de su fallecimiento es esa niebla
que nubla el entendimiento, el alcohol, auténtica bestia negra de la época.
Este, como mecha inflamable, provocará la combustión espontánea de Krook. Y lo
que sus contemporáneos no entenderán desde su miopía positivista es que, al
defender esa teoría estrafalaria, no intenta explicar la muerte desde un punto
de vista científico sino moral:
“El Lord
Canciller de la plazoleta, fiel a su título hasta el final, ha muerto como
mueren todos los Lords Cancilleres de todos los Tribunales, [...] en las que se
actúa con falsedad y se cometen injusticias. Dad a la muerte el nombre que
Vuestra Alteza quiera, atribuidla a quién queráis, o decid que hubiera podido
impedirse de un modo u otro, pero seguirá siendo eternamente la misma muerte:
congénita, innata, engendrada en los humores corruptos del propio cuerpo
viciado, y nada más... La Combustión Espontánea, y ninguna otra de las muertes
por las que se puede perecer.” Charles Dickens. Casa
Desolada, Alianza Editorial, página 25, volumen II.
Siempre he pensado que en Dickens hay un segundo plano de lectura que recuerda mucho a los cuentos infantiles, pero no a los cuentos ñoños que se llevan hoy, sino a los genuinos, a los políticamente incorrectos, aquellos que se escribían para acojonar a los niños. Por eso no me extraña la relación del Lord Canciller con Gréndel, que tú tan brillantemente nos descubres, porque, en definitiva, el Londres victoriano es como una inmensa bruja que devora a los niños crudos; y los relatos de Dickens en gran medida cuentan cómo algunos de ellos consiguen burlar ese destino.
ResponderEliminarEn ninguna otra obra se aprecia tanto esto que dices como en “Oliver Twist” y en la “Tienda de antigüedades”. En esta última, Daniel Quilp, un enano deforme que tiene el comportamiento y la apariencia de un ogro, acosa a la pobre Nelly (una niña de catorce años) y a su abuelo porque este último ha contraído con él una deuda de juego. Se supone que los enanos son los custodios de tesoros ocultos. El malvado Quilp perseguirá un supuesto tesoro con el que han huido Nelly y su abuelo, pero en realidad lo que desea es casarse con la niña, tras asesinar a su primera esposa.
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