Un
mujer vieja y con verrugas, conocida como Baba Yaga, vive en una cabaña en
medio del bosque. La cerca está hecha de huesos humanos rematados por
calaveras. Las puertas son “piernas humanas; los cerrojos, manos y la
cerradura, una boca con dientes [...]” Afanasiev. Basilisa, la hermosa.
La autopista que
cruza Kolimá, en Siberia, está empedrada de huesos. “Los muertos yacen a un
centenar escaso de centímetros de la superficie del camino [...] A los que
reventaban (en la construcción de la carretera) los colocaban boca arriba y los
tapaban con la tierra kolimiana de la que está hecha la autopista.” Jaceck
Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.
Pagina 124.
Baba
Yaga es una anciana arrugada con unos dientes de acero. Su debilidad son los
niños a los que saborea con fruición. Este personaje popular ruso adopta
distintas metamorfosis como deidad generadora de vida y muerte.
Una
de sus caras son los shatunes, osos que cazan a los seres humanos, a los que
consideran renos sin cuernos que no saben correr. Un minero de Susumán se
detuvo en el camino y “al ver al oso se encerró en el vehículo. El desquiciado
animal desgarró la chapa del techo y sacó a su víctima como quien saca carne en
conserva de una lata”. Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá.
Página13.
En
ocasiones el hombre es un oso para el hombre y la vieja bruja adopta la figura
de un hermano de evasión, como los zeks o presos de los gulags. “Cuando (los
zeks) se fugaban de los campos, a veces se llevaban a la taiga a un compañero
más débil. Eran fugas con bocadillo, el cual iba a la zaga de aquel que
finalmente lo acabaría devorando”. Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.
Pero sin duda, el rostro más conocido de Baba
Yaga fue Yehzov, el enano sangriento. En Auschwitz, Mengele intentó reconstruir el cuento de
Blancanieves con los dulces enanitos de un circo. En cambio, Yehzov era una
versión de Quilp, el enano de La tienda de antigüedades. Como buen ogro,
este lugarteniente de Stalin asusta a los niños con su fotografía en un
calendario colgado en el hospicio de su hija. Si Quilp persigue a la pobre
Nelly, el recuerdo de Yehzov acosará a su hija, quien vivirá siempre apestada
por su filiación con la cosa monstruosa.
Baba
Yaga tiene una pierna normal y otra de hueso, lo que simboliza su deambular
entre el mundo de los vivos y los muertos. Los personajes del Diario de
Kolimá parecen tener también una extremidad en cada lado. Es el caso de
Ivan Ivanovich:
“Debemos
cruzar la otra orilla (del río Aldán) a bordo de una barca y no de un
rompehielos [...] Por supuesto, a bordo de nuestra cáscara no hay chalecos
salvavidas. Sorteamos las grandes placas de hielo y arrollamos las más
pequeñas. Los cascotes golpean los cascotes metálicos con un gran estruendo. Un
ruido horripilante [...] En nuestro grupo solo Ivan Ivanovich mantiene la
compostura. Dice que no tiene miedo, porque [...] los médicos ya han fijado la
fecha de su muerte. La operación tiene pocas posibilidades de aplazarla”. Jaceck
Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.
Páginas 278-279
Como apunta Hugo Bader:
“Es
preciso tener [...] un corazón o una cabeza gravemente enfermos para vivir aquí
(en Kolimá). No tener nada que perder, o ninguna otra salida, para instalarse
en este polo de crueldad”. Diarios de Kolimá, página 12.
En
el cuento de Andersen El compañero de viaje, un hombre pelea con un
brujo y una princesa diabólicos para salvarle la vida a un joven. Al final del
relato descubrimos que aquel es un muerto al que el muchacho ayudó, cuando unos
bandidos intentaron profanar sus restos. Los compañeros del periodista, al
igual que el personaje Andersiano, son resucitados que viven entre la vida y la
muerte. El barquero, trasunto de Caronte, desafía al río en los periodos más
peligrosos del invierno como venganza porque este se tragó a su hermano. Lo que
nos inclina a pensar que el hielo y las ventiscas no son lo más temible en estos
territorios gélidos, sino la voluntad suicida de sus habitantes.
En
los asentamientos abandonados “con las cuencas muertas de sus ventanas rotas”,
el silencio lo envuelve todo. Al monumento de una heroína local le han
destrozado el ojo de cemento, mientras las estatuas de Berzin y otros verdugos
Kolimianos siguen intactas en la Rusia del deshielo. Cualquier revisión
histórica es impensable, como señala Hugo Bader con sorpresa:
“Deberían
enseñarlo en los colegios, porque en Kolimá no hay colegio que no esté al lado
de un antiguo campo. Allí estuvieron presas y murieron personas inocentes, sus
abuelos, y ahora justo detrás de esta tierra quemada del campo cultivan sus
pequeños huertos pompeyanos [...]” Jaceck Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.
Página 229
Para
justificar esta indiferencia, algunos recurrirían a un símbolo del homo
sovieticus, la planta pensante, un arbusto que se repliega en el
suelo durante las heladas y que no revive hasta la primavera. Pero el deshielo
nunca llega a la memoria colectiva postsoviética tras tantos inviernos de
autoritarismo y sumisión. Como le dirá un antiguo chequista a nuestro
reportero: “Si los rusos condenan su pasado, no les queda nada.” Diarios de
Kolimá, pagina 45. Lo que se podría parafrasear así: “si los rusos no se
inclinan ante su pasado, por horrible que sea, no les queda nada”.
Nosotros
aventuramos una explicación no tan fatalista: no hablan de su pasado por la
reserva y el hermetismo siberianos. Como afirma un personaje del libro: “Puedes vivir con un hombre, pero no por eso
tienes que hurgar en su alma.” Diarios de Kolimá, pagina 200. Este precepto es el que siguen
religiosamente los huéspedes de La casa muerta de Dostoyevski:
“Era muy raro que alguno recordase su propia
historia, porque esto se consideraba de mal gusto; y si alguna vez, para matar
el tiempo, un presidiario contaba su vida a otro compañero, éste le escuchaba
con aire distraído, como dando a entender que nada podía decirle que le
asombrase.” Memorias de la casa muerta.
Algo parecido
ocurre con los Yakutios, un pueblo siberiano:
“No
les gustan [...] los extraños. Si le cuentan algo a un reportero, será solo lo
que ellos quieran, en ningún caso nada de lo que a él le interese o por lo que
le pregunte”. Diarios de Kolimá, página 324
No obstante, hay
una situación en la que los rusos se abren a los desconocidos, en los
encuentros circunstanciales con los compañeros de viaje:
“Popútchik es una
de mis palabras favoritas en ruso. Significa compañero de viaje, persona con la que te encuentras en el
camino. Es aquel con quien recorres el mismo trayecto [...] El popútchik cuenta
su vida con toda franqueza, habla de [...] secretos ocultos, pesares, episodios
de los que avergonzarse, mezquindades y vilezas que ha cometido. Imposible
abrirse así ante alguien cercano, pero por qué no hacerlo ante un desconocido
al que no se volverá a ver nunca más [...] Y no tienes miedo. Porque un
desconocido no te puede traicionar ni delatar.” Diarios de Kolimá. Paginas 125-126. 246-247.
El poputchik es un
fantasma al que nunca volverás a ver. De ahí que sea una tumba en la que
depositar tus secretos. Sobre todo, si le confiamos nuestra alma, bebiendo
vodka. Como dice el refrán polaco: “Quien no bebe, denuncia”. Diarios de
Kolimá, paginas 322-323.
Sin embargo, como se da una continuidad en el tiempo, a veces afloran secretos del
pasado:
La carretera de
Kolimá está siempre en movimiento: “se ondula tanto como el mar de Ojotsk
cuando sopla un viento fuerte. Todo camino sobre el permafrost tiene que
ondularse así. Simplemente, porque la tierra firme que hay debajo se descongela
un poco cada año para luego volverse a congelar, así que no se está quieta
[...]” Jaceck Hugo-Bader. Diarios
de Kolimá. Traducc. de
Ernesto Rubio y Agata Orzeszek. Página
108.
Al reparar en esta ondulación, uno imaginaría que los fantasmas de los zeks aprisionados remueven el asfalto. Sea como sea, el hielo actúa como un fiel carcelero, recolocando y purificándolo todo, incluso el pasado más turbio. O al menos eso piensan los yakutios, un pueblo siberiano que bebe una extraña agua congelada:
“Los
lédniks son reservas de agua potable en forma de hielo [...] Le pregunto a mi
anfitriona de dónde saca el hielo [...] De su pequeño lago, en el que abrevan las
vacas, se bañan los caballos y en el que los animales para refrescarse se pasan
días enteros sin parar de cagar [...] Yo también bebo el agua y todo el mundo
intenta convencerme de que congelada el agua se vuelve limpia”. Jaceck
Hugo-Bader. Diarios de Kolimá. Traducc. de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek. Paginas
301-302.
Algunos
escépticos prefieren el agua mineral. Nosotros, en cambio, creemos al
descubridor Niurgún, quien nos asegura que la del lago está purificada. ¿Cómo
resistirse a la promesa de su artefacto rejuvenecedor y que ensabiece? Porque
no dudamos de que por los Diarios de Kolimá y El delirio blanco (1)
circulan los fantasmas
rejuvenecidos de la mejor literatura rusa, y que el parecido entre estos
últimos y los protagonistas de los reportajes no es mera coincidencia.
(1) Jacek Hugo Bader. El delirio blanco. Traducción de Ernesto Rubio y Marta Slyk.
Editorial Dioptrías. 2016
Un territorio donde se dan la mano el reportaje periodístico y los cuentos tradicionales rusos -con sus brujas, enanos, ogros, osos y demonios, todos especialmente cabrones y retorcidos- es un lugar perfecto para huir de él. Pero a más de siete mil kilómetros de distancia, y a este lado del libro, la lectura del viaje de Hugo-Bader parece una promesa morbosa de visita a un suburbio del infierno. Es de suponer que si su autor y traductores no han acabado locos del todo el lector pueda abordar su lectura sin demasiado riesgo para su salud mental. Pero me parece que esto es mucho suponer. Por si acaso, cuando empiece a leerla estaré bien pertrechado de bebida, comida, manta térmica, material combustible y novelas de Galdós.
ResponderEliminar1.Me temo que el territorio que mencionas está un poco distorsionado en el artículo. Cierto que hay un margen para la fantasía y la literatura, pero la realidad de Siberia, la de los grandes espacios, recuerda mucho a la película “Gigante”. En el filme, el protagonista conduce a su novia a su rancho en Tejas, tan enorme que tardan en recorrerlo varias horas. Finalmente, llegan al edificio central, del que el personaje interpretado por Rock Hudson está orgulloso, y que es una casucha destartalada en medio de un secarral. Pero lo más llamativo no es la desproporción entre las ínfulas del propietario y lo espantoso del lugar, sino cómo han construido este rancho “gigante”: robándoselo a un montón de rancheros mexicanos que han terminado trabajando de aparceros para el patrón gringo. En “Diarios de Kolimá”, un oligarca procede de la misma manera: se ha hecho con todas las minerías de la zona “comprándoselas” a los primitivos dueños, que acaban de empleados de la megaempresa del millonario ruso.
ResponderEliminar2.Respecto a tus pertrechos para abordar tu odisea siberiana, te recomiendo una carabina para defenderte de los shatunes (osos comedores de hombres) y un bocadillo, en forma de compañero con sabor a chorizo, como reserva para los tiempos más duros.