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martes, 10 de mayo de 2011

Vivir fuera del cuadro


“El cuadro viviente que la señora Pale nos había enseñado, nos había impresionado profundamente. Para satisfacer nuestra curiosidad, Grabe le sugirió con muy buenos modos que nos presentara al resto de los moradores del edificio. La señora Pale mostró ciertas reticencias. “Sería como violar su intimidad”, repitió con energía. Tras una serie de forcejeos, la mujer accedió a presentarnos a algunos de sus “inquilinos”. Subimos cinco pisos y ésta nos condujo directamente al escenario de una de las tragedias, al salón donde se había suicidado la señora Kobitz. La pieza había sido bautizada: ”De la muerte y sus aledaños”. La truculencia de la historia había despertado en nosotros una curiosidad morbosa y, efectivamente, truculentos eran sus moradores. No sólo el carácter de las figuras escultóricas (asesinos, suicidas) producía más desasosiego que las demás figuras que habíamos visto, todo el cuadro parecía vivo y hasta se podría afirmar que sus personajes respiraban. El talento de la señora Pale había creado una extraña ilusión óptica: la pared era un mar en movimiento en el que las figuras se agitaban con violencia, en el que unos extraños condenados se debatían entre huir o permanecer, entre continuar aprisionados en el tabique o salir en libertad. Mi mente identificó con gran rapidez unos recuerdos, que me sirvieran para interpretar este fenómeno inexplicable. Recordé el “Laocoonte”, recordé unos cuerpos que se agitan bajo las sábanas. Ninguna de estas explicaciones me pareció satisfactoria. Estas chocaban con un grupo escultórico, difícilmente clasificable, que se titulaba: ”Amigos al volver de la fiesta”. Viendo aquellos gángsteres, dotados de un prodigioso movimiento, con aquellas calaveras como rostros, me imaginaba a la pobre señora Kobitz intentando huir de sus garras: primero, un grito aislado; luego, la caída “accidental” desde la ventana. Todos mis argumentos, todos mis razonamientos, no pudieron hacer desaparecer de mi mente esta imagen inquietante: no pudieron hacer tambalear mi certeza de que había sido testigo de un asesinato”. El Señor Teckel, página 56-57. Editorial Huerga y Fierro, 1999.

EL PESO DE LA TRADICIÓN EN “EL SEÑOR TECKEL”.

En la mejor tradición de Dickens, Wilkie Collins y Conan Doyle, unas extraordinarias circunstancias son el punto de partida de una historia desconcertante en las que se combinan con habilidad los ingredientes de la literatura fantástica, el género policiaco, la novela de aventuras, el humor así como la novela psicológica.

“EL SEÑOR TECKEL”: EL MISTERIO LLEGA A LA RED.

La inesperada fuga del señor Teckel y la señora Pale merecería ocupar los titulares de los periódicos. Una fuga, por lo demás, en la que ésta última no tuvo que decir nada al respecto: cuando el señor Teckel emprendió la huida, la señora Pale yacía inerte en un féretro de madera. Ello no fue obstáculo para que éste huyera con su prometida, con el féretro incluido, a un paradero desconocido. Las investigaciones de un compañero de Teckel para dilucidar las claves de tan insólita huida nos conducirán, a través de la casa museo en que vivió recluida la señora Pale en compañía de sus cuadros vivientes, hasta el sorprendente desenlace en el Centro que dirige el Profesor Skelton, quien somete a sus pacientes a una terapia insólita y grotesca a un tiempo.

La bella amante en uno

de sus retratos más agraciados

LA CRÍTICA (Babelia)

Una primera novela de Joaquín Huguet atrevida, erudita y divertida.(El relato emprende un diálogo descocado con Poe, Lovecraft y Melville.) Babelia.

Joaquín Huguet presenta en su primera novela una delirante incursión en el género gótico que recupera el mito del lobo-hombre en clave de comedia fantástica. Sus protagonistas son lo Ginebrinos, una secta de adoradores de los perros que ven en estos los atributos del buen salvaje romántico en medio de un mundo donde “humanidad” se ha vuelto sinónimo de perversión. Los Ginebrinos (una pandilla de lunáticos encantadores) creen que la pureza del espíritu que puede llevar al Más Allá es patrimonio de los perros y por eso les rinden culto y se inhuman con ellos. Pero su fe en la raza perruna es cuestionada ( y con razón) cuando empiezan a producirse asesinatos horribles y mutaciones inexplicables en la clínica del profesor Skelton, acólito ginebrino que cura a psicópatas peligrosos mediante el influjo benigno de los perros.

La trama rebosa de paisajes góticos, perros mutantes, enigmas con collar antipulgas y detectives que se tapan los ojos ante la pregunta: ¿son nuestras mascotas más de lo que parecen? Ambientada en una Nueva Inglaterra brumosa y crepuscular, el relato emprende un diálogo descocado con Poe, Lovecraft, Machen e incluso Melville. Aunque lo más gracioso es su sabotaje de los vetustos decorados de cartón piedra del relato gótico mediante la irrupción de personajes chiflados y anécdotas grotescas; el autor no se contenta con pellizcar la mejilla a los abuelos del género. A través de la lúgubre secta de los Ginebrinos, el libro denosta con sorna la visión pesimista de la civilización y el culto a la naturaleza salvaje que iniciaron los románticos. Huguet muestra cómo este culto ha degenerado en la atribución de virtudes morales a los animales (lo cual no deja de ser una prosopopeya salida de madre) y en especial al perro, el bicho más sobrevalorado de nuestra cultura. El perro, metáfora por excelencia de la bondad, se convierte aquí en el absurdo señor Teckel, el lobo-hombre, cuyos atributos son el servilismo estúpido, la bravuconería y el servilismo sexual.

El resultado se acerca mucho a la sátira animalizante de raíz clásica (adaptada a la modernidad por Swift). Sus dos ejes son el diálogo con textos de raíz romántica (entre ellos Rousseau, Schopenhauer y Kierkegaard) y las metamorfosis alegóricas que pueblan su trama rocambolesca. Los monstruos de esta novela atrevida, erudita y divertida a la vez, acaban siendo la confluencia babeante entre nuestros animales de compañía y sus dueños.

JAVIER CALVO.

Babelia. Sábado, 21 de agosto de 1999.



4 comentarios:

  1. Después de la crítica de Babelia, amigo Huguet, poco nos queda que decir a los que hemos leído tu novela. Quizás lo único, felicitar a los que no lo han hecho todavía, porque están de enhorabuena si es que por fin te animas a publicarla en esta biblioteca.

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  2. Con tus palabras, amigo profesor, despertarás a los fantasmas que duermen pacíficamente en los cuadros vivientes. Esperemos que algunos lectores sean más cautos y hablen en voz baja para que estos personajes, poco convencionales, se les aparezcan en lo mejor de sus sueños.

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  3. Hola, Joaquín, lo que publicas es francamente atrayente, de manera que debo felicitarte por tu intensa actividad literaria. Quiero también agradecerte tus últimas intervenciones en mi blog, me han hecho pensar.

    Y ya puestos a extraer buena pitanza de tus sesos, me gustaría preguntarte algo sobre un autor que sospecho que conoces: Mark Twain. El motivo es que hoy he leído algo sobre una obra autobiográfica, "Pasando fatigas", que me ha parecido tremendamente interesante. Me gustaría saber si lo conoces. Ya puesto al abuso, me gustaría saber si conoces "Antiimperialismo, patriotas y traidores", texto que tengo en las estanterías y que no encuentro el momento de leer.

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  4. No he leído la autobiografía de Twain, de esa materia- Misisipí y el profundo Sur- el especialista es Signes, el administrador de Zapatos de Ante Azul. De Twain, aparte de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, conozco "Un yanky en la corte del rey Arturo" que es una sátira cn clave divertidísima contra la esclavitud y la anacrónica mentalidad del sur, que remedaba grotescamente la Inglaterra medieval. Twain fue un precursor, porque en pleno siglo XIX, en que Occidente emprendía su "labor civilizadora" entre los salvajes levantó su voto contra el imperialismo occidental. Ni siquiera Dickens, que criticó las lacras que asolaban su país, y que hizo por la clase obrera- según un notable socialista- más que muchas proclamas revolucionarias- se atrevió a levantar la voz contra el Imperio Británico. En este sentido, Twain se adelanta al Zola del caso Dreyfuss y a los intelectuales comprometidos, con muchos lustros de antelación y sin la pedantería de un Sartre.

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